viernes, 14 de septiembre de 2007

Entrevista a Susan Sontag :''Bush comprometió a EEUU en una guerra pemanente"






En el estadounidense priva la convicción de la hegemonía, lamenta


En Reconociendo el dolor de otros, su reciente ensayo, invita a pensar en la guerra para no sufrirla en carne propia
"Creo -dice Susan Sontag en tono lacónico- que ya usé seis de mis nueve vidas''. Es un cálculo razonable que vale la pena analizar: la mayoría de los contemporáneos de Sontag pertenecientes a la primera división de la literatura estadunidense no se han enfrentado a nada de mayor riesgo que no sean el adulterio y el divorcio (que ciertamente no son poca cosa), pero cuando Sontag escribe sobre la enfermedad, el dolor y la violencia, lo hace con la autoridad que da la experiencia.

Primero experimentó un encuentro potencialmente mortal con el cáncer, hace un par de décadas. Fue una brutal experiencia que finalmente dio fruto en forma de amplio ensayo, La enfermedad como metáfora, y su continuación, El sida como metáfora.

De manera más reciente, después de que un serio accidente automovilístico la dejó en silla de ruedas durante varios meses, sufrió una peligrosa reincidencia del cáncer que requirió de tratamientos casi tan peligrosos como la enfermedad, pues incluían fuertes dosis de morfina para calmar el insoportable dolor.

En Sarajevo, durante la guerra de Bosnia, Sontag, de manera voluntaria y valerosa, compartió por unos meses las diarias huidas del fuego de bombas, morteros y francotiradores. En tres ocasiones un proyectil pasó rozándola; falló por sólo unos segundos o metros. Estas últimas experiencias también han dado, ahora, un fruto inesperado: su último libro, Reconociendo el dolor de otros.

A primera vista se trata de un concienzudo análisis de fotografías de guerra; algunas reseñas incluso lo han considerado (errónea, aunque comprensiblemente) un capítulo adicional a su estudio vanguardista Sobre la fotografía. Sin embargo, el libro ofrece reflexiones más profundas sobre el sufrimiento humano, la naturaleza de la bondad, los señuelos, los engaños, y la verdad en las imágenes. Es, en resumen, un sumario de lo que significa estar vivo y atento en la zona más rica del mundo al comenzar el siglo XXI, que toma forma de centuria de guerra implacable.

Pero no se piense con base en estos antecedentes que Sontag es una depresiva Virgen de Dolores, como intentan retratar algunos perfiles mal intencionados.

Porque Sontag es una persona que atrae muchos rencores periodísticos. Siempre lo ha hecho, desde que emergió en la escena a principios de los 60 como una mujer brillante y sobrecogedoramente hermosa.

Si su vertiginosa combinación de seriedad moral y erudición la volvieron internacionalmente respetada entre las clases lectoras, fue su atractivo de actriz de cine lo que la convirtió en la menos usual de las rarezas: el intelectual como superestrella.

Por por cada persona que ha leído, digamos, su magnífico ensayo sobre Walter Benjamin, incluido en el libro Bajo el signo de Saturno, debe de haber cientos que han visto su retrato en Vanity Fair o que han escuchado chismes ociosos sobre su larga relación con la prestigiosa fotógrafa de esa revista, Annie Leibowitz.

En estos tiempos desafortunados para su nación, Sontag se ha convertido en blanco de la prensa reaccionaria estadunidense (la combinación del sustantivo prensa estadunidense con el adjetivo reaccionaria está cada vez más cerca de volverse un pleonasmo). Después de su respuesta a las masacres del 11 de septiembre de 2001, publicada en la revista The New Yorker, columnistas de todo el país la llamaron traidora, idiota y títere de Saddam. Unos incluso la apodaron Osama Bin Sontag.

Pero por otro lado, casi dos años después, ''no pasa un día sin que alguien se me acerque en la calle y me agradezca mi valentía, lo cual, por supuesto, me hace reír. No creo haber sido valiente. No creo que se requiera valentía para decir lo que uno piensa, pero así debe parecer a otras personas, porque ahora todo el mundo está intimidado...".

Pues bien, este perfil -le advierto al lector- no será una típica crítica a la escritora. Soy fanático irredento de Sontag. Cuando se me envió por primera vez a entrevistarla a Nueva York, hace unos 15 años, me acerqué a la tarea con una combinación de euforia casi adolescente y terror escénico descarnado. Fui admirador de su obra desde antes de salir de la universidad. Precisamente porque había leído su prosa sabía que me enfrentaría a una mente informada, comprometida y analítica. Sontag no toleraría a los tontos, y yo me sentía más que eso aquella calurosa tarde de verano.

Lo que no me permití pensar (y debí hacerlo si estaba consciente de que sus ensayos sobre literatura, fotografía, danza o cine no reflejan nunca puritanismo, sino todas las variaciones del placer estético) es que su carácter formidable tenía un lado desenfadado, ingenioso, caprichoso y -¿me atreveré a decirlo?- divertido.

Desde aquel encuentro hemos estado en excelentes términos, lo cual vale la pena mencionar no nada más porque quiero alardear de ello (que desde luego es la intención), sino porque los demás amigos de Sontag tampoco son famosos ni, Dios nos guarde, glamorosos. Ella conoce o ha conocido a muchas figuras relevantes de la cultura durante los últimos cuarenta y tantos años, de Barthes a Brodsky y a Barishnikov, pero aún pasa varias semanas al año en Bosnia, visitando a los ciudadanos que conoció durante el sitio, ayudándolos en sus penurias.

En una ocasión, cerca de la frontera de Inglaterra con Gales, la observé conversando con una agradable reportera de un periódico local, y vi cómo le dio la vuelta a la entrevista hasta que las dos terminaron hablando durante horas de los problemas familiares de la periodista. Así que cuando me preparé para visitarla de nuevo y discutir Reconociendo el dolor de otros, sabía que no podía andar con pies de plomo.

Actualmente Sontag vive en un hermoso penthouse de techo alto en el distrito de Chelsea, en Manhattan, que es mucho más lujoso que el lugar más modesto en que vivía anteriormente. Me imagino que el nuevo lugar fue costeado con las regalías de la novela histórica El amante del volcán, best-seller traducido a por lo menos 20 idiomas.

Cuando llegué había bullicio: un periodista alemán aún interrogaba a Sontag y las asistentes de la escritora atendían pedidos y preguntas del suplemento literario del Times, de festivales de cine, de grupos de derechos humanos, de universidades, de editores... Por tanto, me senté a platicar con su traductor al italiano, Paolo Dilonardo, otro de sus amigos cercanos que no son famosos.

Cuando al fin se liberó de sus labores, Sontag me saludó con un abrazo cálido (externa fácilmente gestos afectuosos, inclusive a sus desgarbados visitantes ingleses), e insiste en que hablemos sin formalismos antes de comenzar oficialmente la entrevista. La conversación, que no quedó grabada, se llevó una hora o más, y versó sobre un sinfín de temas en los que intervinieron libros y escritores. Me pregunta qué puedo decirle sobre dos escritoras británicas que acaba de descubrir: Hilary Mantel y Jenny Diski (no puedo decirle mucho, lo siento). ''¿Ha leído a Mercel Benabou?'' (Sí). ''¿No es encantador?'' (absolutamente). Luego, y porque Paolo está con nosotros, se refiere a los escritores italianos Petrarca y Leopardi, e Italo Calvino (relee Si en una noche de invierno un viajero), y también al genio portugués Fernando Pessoa. En ese momento sale apresurada de la habitación y regresa con el más extenso trabajo en prosa de Pessoa, El libro de la inquietud, y nos lee extensos fragmentos, deleitándose en la elocuencia llana y melancólica del heterónomo.

Cuando la vi por última vez, hace unos tres años, sufría los efectos de la quimioterapia: su cabello (que por muchos años fue una abundante melena negra con su distintivo mechón blanco, parecido al de Indira Ghandi) se había vuelto gris; caminaba con dificultad y se cansaba fácilmente. Hoy, a los 70 años, se ve plenamente recuperada, llena de vitalidad y entusiasmo. Ríe con facilidad y constantemente salta para tomar de sus repisas copadas otro libro o artículo u objeto.

Más allá de las imágenes, la realidad

Al fin llegó el momento de la entrevista propiamente dicha. Yo había planeado comenzar con la pregunta de qué tanto su nuevo ensayo procedía de sus experiencias en Sarajevo, aunque sólo se refiere brevemente a esa guerra, pero ella se adelanta al mencionar el sitio desde el principio y afirmar que Reconociendo el dolor de otros (el título es una gentil broma polisémica: reconocer, ver; reconocer, respetar; reconocer, interesarse por algo...) no es tanto un libro sobre la fotografía de guerra, sino un libro sobre la guerra misma, más allá de las imágenes y más cerca de la realidad. Y en este aspecto contribuye el hecho de que Sontag pertenece a la pequeñísima fracción de la raza humana que ha visto la guerra de primera mano y no filtrada por los medios.

''El libro proviene de la realidad. El libro es lo opuesto a decir: '¿y qué hay de las imágenes?' Se trata de cómo podemos, y hasta qué grado, asimilar el sufrimiento de otros. ¿Asimilamos algo? Y ahora que el libro está terminado puedo afirmar que es, ante todo, un libro sobre la guerra, sobre la realidad de la guerra. Mi indignación se acrecienta ante las políticas del gobierno estadunidense y la nueva belicosidad oficial de Estados Unidos. Este es un país en el que, a diferencia de Europa del este, la guerra parece ser... -y se detiene para encontrar el término preciso- ...algo bueno.

''No se trata sólo de una cuestión de imágenes. En el pensamiento de los estadunidenses la guerra es aceptable y mucho más que eso. Creen que es aceptable reforzar la hegemonía estadunidense. Considero que es muy plausible decir que la república ha terminado y el imperio ha comenzado, con todo y que éste aún tiene mucho qué aprender y no parece ser muy hábil en la administración colonial. En verdad creo que este perverso gobierno se creyó su propia retórica de que (la guerra en Irak) fue una liberación, y que así la consideraría la mayor parte de la población iraquí. Nunca entendió que los iraquíes -por no decir el resto del mundo- la percibiría como una invasión para conquistar un país. Tuvimos un cambio de régimen; éste no es el viejo Partido Republicano, no es una vieja configuración, es un momento nuevo que está muy conectado con la idea de una guerra permanente. El terrorismo nunca se acaba, y si se está comprometiendo al país a una 'guerra contra el terrorismo', se está haciendo un compromiso con la guerra permanente. Quisiera que este libro contribuyese a que la gente piense qué es la guerra en realidad, sin tener que experimentarla en carne propia".

Sontag ha vivido esa experiencia en varias ocasiones. Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, visitó dos veces el norte del país. También ha escrito, aunque poco, sobre el tiempo que pasó en Sarajevo y el recuento narrativo definitivo de lo que vivió se volvió a publicar en su última colección de ensayos, Cuando cae la tensión.

Pese a los testimonios cuidadosamente reproducidos, la prensa aún repite rumores y calumnias sobre lo que ella hizo. Por tanto, y para dejar las cosas claras, he aquí nuevamente lo que pasó.

''Mi hijo, David Rieff, había ido a Bosnia para escribir sobre la situación. Yo tenía mucho miedo por él, pero al mismo tiempo quería verlo. Conocía a alguien que encabezaba una organización humanitaria y realizaría un viaje allá; le pedí que me dejara ir con ellos. Respondió: 'claro, si te atreves', porque era increíblemente peligroso. Me quedé dos semanas; conocí a mucha gente y les dije: 'si regreso, ¿puedo trabajar aquí? ¿Encontrarían un trabajo para mí? Quería quedarme porque era Europa y porque estaba ocurriendo algo terrible y quería ayudar. No tenía nada que ver con escribir. Sólo hice el compromiso y me quedé hasta que terminó el sitio.

''Hay personas que parecen creer que fui a Sarajevo con la idea de dirigir Esperando a Godot. No hice nada por el estilo. Lo que pasó es que les dije: 'Creo que lo que me interesaría más es trabajar en un hospital. Puedo dar primeros auxilios, también sé escribir a máquina y dar clases a los niños, porque las escuelas estaban cerradas. Puedo hacer películas y dirigir teatro (¡ay, dirigir una obra!). En verdad, por Dios, esa fue la última intención de la lista que mencioné.

''Les pregunté por qué querían que dirigiera una obra y me dijeron en tono indignado: '¡por favor, aquí tenemos actores y están desempleados!' Tuve la misma reacción ignorante de todos los que supieron lo que iba yo a hacer. Pero me dijeron: 'no somos salvajes, ¿sabe? No somos gente que tenga que estar haciendo cola donde se distribuyen el pan y el agua. Tenemos cultura'. Que me dijeran esto me dio tanta vergüenza que acepté.''

Así fue como Sontag y su equipo hicieron la puesta en escena del primer acto de Esperando a Godot, en momentos en que, según un macabro chiste local, todos estaban Esperando a Clinton.

Feminista de facto

Reconociendo el dolor de otros comienza y termina de forma inesperada: con Virginia Woolf y su ensayo sobre la guerra: Tres guineas. Sontag se enorgullece al proclamar su profunda admiración por la prosa de Woolf, y al hacerlo pone hincapié en la cuestión de los géneros: ''la guerra -señala Woolf con delicadeza- es vicio de hombres y no de mujeres''. Para cualquier lector devoto de Sontag esto aparecerá como un giro interesante. No hace falta decir que ella es una heroína feminista por sus propios méritos, por lo que es sorprendente apreciar lo poco que Sontag escribió sobre cuestiones de mujeres hasta, digamos, hace una década.

-¿Está consciente del cambio?

-Sí, y no sé por qué lo hice. Creo que se me olvidó... -se interrumpe con un acceso de risa, burlándose de sí misma. Perdón. Ya sé que suena tonto, pero creo que simplemente se me olvidó hablar de eso. Era real para mí, en mi vida, pero olvidé que tendría que hablar de ello en mis libros.

De forma apropiada, el catalizador de su transición a temas feministas fue el descubrimiento de los ensayos de Woolf: el famoso Un cuarto propio y el menos conocido Tres guineas.

''Me impresionó mucho su valor, porque su postura es impopular actualmente y lo era en sus tiempos; ni siquiera existía en el mapa. Libros como Tres guineas son muy valientes. Me recordaron que, a mi manera, yo estaba de acuerdo con lo que ella decía y lo debía dejar claro. Todo comenzó con los cuatro monólogos de mujeres que están al final de El amante del volcán: ese fue mi momento decisivo. Realmente fue el momento en que me dije: 'voy a hablar sobre mujeres. ¿Por qué no lo había hecho antes? ¿Por qué se me olvidó?'"

Una buena respuesta a esta pregunta es que no tenía escasez de temas. A veces hace la broma, que desde luego no lo es, de que ''todo le interesa'', y en uno de sus pocos ensayos autobiográficos recuerda que siendo niña se forjó por primera vez la idea del escritor como un erudito ávido.

Como es evidente a los pocos minutos de conocerla, sigue amando la literatura con una pasión y una energía muy raras (quizá especialmente raras) en los escritores profesionales y los amantes de los libros, pero insiste: ''No soy escritora de tiempo completo, nunca lo he sido y nunca lo seré. Soy escritora intermitente. Dejo de escribir durante meses, en los que me limito a pasear o a soñar; voy a algún lugar o me intereso en algo. Eso significa que he escrito 16 libros en vez de los 40 o 50 que han escrito mis contemporáneos, como Philip Roth, John Updike y Joyce Carol Oates. Ellos han escrito más libros porque es lo único que hacen. Yo no quiero eso. Me agobio, quiero salir. ¡Voy a Bosnia cada año! Lo he hecho esporádicamente durante tres años y sólo quiero saber qué se siente estar ahí y caminar por las calles que conozco de memoria. Me siento a escuchar a personas que me hablan de sus penas, de sus vidas miserables y de lo mucho que desearían poder irse. Sólo trato de tener fe y mantener mi contacto con lo real''.

Mi labor de entrevistador ha concluido. Ya podemos relajarnos y volver al lujo de la conversación libre y, sobre todo, podemos volver a los libros y a otros escritores. Hablamos de todo, y de pronto aparece el nombre improbable de Anthony Trollope (Paolo Dilonardo lo está leyendo y tradujo al italiano su obra El carcelero). También hablamos de Jacques Roubaud, el poeta matemático y oulipiano* francés, y de Lionel Trilling, el crítico estadunidense, quien es tan grande como pasado de moda y desconocido, y en estos tiempos prácticamente inconseguible.

''El fue muy bueno conmigo en los 60'', recuerda Sontag, lo cual es notable si se toma en cuenta el estupor que existía entonces por los temas que ella defendía en sus ensayos. Cuenta que hay una reciente colección de los escritos de Trilling con el título La obligación moral de ser inteligente, y dice: "¡qué frase tan maravillosa!".

De forma estrictamente confidencial, también me habla de su próxima obra no narrativa, que será un libro breve o un ensayo largo sobre estar enfermo, y también me comenta de su próxima aventura en la ficción, que será una tercera novela histórica a gran escala.

Además de otro abrazo, me obsequia, como regalo de despedida, un libro que recientemente logró rescatar del olvido: Verano en Baden-Baden, del muy desconocido autor ruso Leonid Tsypkin. Es uno de los muchos libros que se halló en algún rincón; lo consideró de belleza deslumbrante e hizo que lo publicaran de nuevo, convenciendo a algún editor de correr el riesgo y con la promesa de escribir un ensayo para que sirviera de prólogo.

Cuando salgo de su casa me doy cuenta de pronto de un obvio paralelismo: su disposición a forjar amistades con gente desconocida que no está de moda es muy semejante a su apetito por salvar del olvido y el descuido a escritores y artistas desconocidos. Uno siempre puede depender de su generosidad hacia los extraños.



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* El proyecto de Oulipo fue un movimiento literario francés de los 60 que reunió a matemáticos atraídos por las manifestaciones literarias. Proponían conjugar conceptos matemáticos y restricciones literarias para explorar los recursos de la lengua, que consideraban una sucesión infinita, como los números.

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