lunes, 24 de septiembre de 2007

Entrevista a Zygmunt Bauman "La soledad del ciudadano global" por Serena Zoli para Corriere della Sera





El sociólogo polaco Zygmunt Bauman se ha convertido en los últimos años en un protagonista insoslayable del debate sociológico de nuestro tiempo. En esta entrevista habla de sus maestros, entre los que incluye a Borges, y de un tema central en sus reflexiones: la globalización y su efecto sobre la vida de los hombres

En el trato tiene la sencillez y la elegancia de los grandes. Y vaya si es grande este señor alto, delgado, de 77 años, uno de los más grandes sociólogos de la segunda mitad del siglo XX junto con David Riesman y pocos más, cuyo nombre, nada fácil (es de origen polaco), Zygmunt Bauman, se relaciona inmediatamente con la palabra globalización. En busca de la política es quizás el título que más ha impresionado y que más se ha grabado en la memoria. Bauman se dedica allí a estudiar la sociedad, pero no con frialdad, ni distante, ni en forma aséptica. Los sufrimientos de los hombres, sus humillaciones se encuentran en el meollo de su reflexión y de su participación.

Ya lo ha escrito y ahora lo repite en este encuentro milanés, en un paréntesis del congreso sobre la "sociedad planetaria", organizado en recuerdo del sociólogo Alberto Melucci a un año de su prematura muerte: "La neutralidad moral en sociología es imposible, quien la sostiene se miente a sí mismo". Su biografía lo confirma. En 1939, debido a la invasión de Polonia, huyó con su familia -eran judíos- a la URSS. Allí se enroló más tarde en un cuerpo de voluntarios polacos para luchar contra los nazis. Finalmente, cuando regresó a Varsovia, su sueño era estudiar física. Pero frente a la destrucción de su tierra, Bauman decidió ocuparse de los "agujeros negros" del país y "del big bang de su resurrección". ¿Cómo? "Elegí la sociología convencido de que podía cambiar al mundo."

Con el tiempo esta fe quizás se ha debilitado, pero no se ha extinguido. Lo repite en La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones, fruto de cinco "interrogatorios" dirigidos por otro sociólogo, Keith Tester, que se constituye casi en una suma del pensamiento de este estudioso, actualmente profesor emérito de las universidades de Leeds y de Varsovia. Allí Zygmunt Bauman presenta su panteón particular de "maestros": Camus, Gramsci, Calvino, Borges. Y a partir de allí arrancamos con las primeras preguntas.

- ¿Albert Camus?

-Me enseñó la rebelión. Y la sensibilidad por la justicia, que es la prevención del sufrimiento de la gente. Escuche esta frase de Camus: "Está la belleza y están los humillados. Por difícil que sea la empresa quisiera no ser nunca infiel ni a los segundos ni a la primera".

- ¿Ese es su credo?

-Espero que lo sea. No sé si he podido evitar todas las trampas.

- ¿Antonio Gramsci?

-Le estoy muy agradecido. Me ha permitido despedirme honorablemente de la ortodoxia marxista. Sin avergonzarme por haberla abrazado y sin odiarla como tantos ex.

- ¿En qué forma Gramsci le resultó revelador?

-Rechaza el determinismo por el cual, en el marxismo oficial, los hombres son sólo piezas, peones de la historia. La suya es una visión flexible de los hombres: la historia nos crea y, a la vez, somos artífices de la historia. Esto se puede ver también en Borges: la historia es un libro que escribimos y al mismo tiempo nos está escribiendo.

- ¿Italo Calvino? (Bauman se entusiasma.)

-Es el más grande filósofo de los narradores y el más grande narrador de los filósofos. Las ciudades invisibles es el mejor texto de sociología que se haya escrito jamás. Aprendí más con este librito que con muchos volúmenes. Cada "ciudad" trata un argumento sociológico y en dos páginas desarrolla un análisis de lo más agudo. Por ejemplo, en Leonia la fortuna y la felicidad se miden sobre la base de la cantidad de cosas que se desechan sin mortificación. Es el modelo actual: la vida es feliz si consiste en una perpetuidad de nuevos comienzos. Desde que el mundo es mundo la perdurabilidad siempre fue un valor, mientras que hoy, por primera vez, son valores la transitoriedad, el rápido descarte, la no conservación, porque lo que se conserva puede ocupar el lugar de cosas siempre "nuevas y mejores". ¿Adónde iremos a parar? Ni Calvino ni yo lo sabemos.

Desechos: en la "modernidad líquida", como Bauman ha bautizado al tiempo actual en el cual nada está fijo ni garantizado, todo es mutable, donde "la historia no tiene rumbos y la biografía no tiene proyectos", cada vez hay más desechos humanos. "Ciertas profesiones, ciertas especializaciones, ciertas capacidades son cada vez menos valoradas. Ya la primera modernidad creó un orden artificial en el cual muchos no tenían inserción. No `aptos´. Hace más de un siglo, para estos problemas locales había soluciones globales: los `desechos´ emigraban a América, a Canadá, a Australia. Y además, junto con la emigración estaban la colonización, el imperialismo... Actualmente, por el contrario, buscamos desesperadamente soluciones locales a problemas globales. Las migraciones son hoy la mayor apuesta en juego, pero no son unidireccionales, van en todas direcciones. Es un problema global, pero nosotros buscamos soluciones locales, del tipo `cerremos las fronteras´. Pero no funciona."

¿Qué hacer? Zygmunt Bauman me mira con perplejidad irónica. "No lo sé, las soluciones tendrán que encontrarlas quienes hoy tienen entre veinte y treinta años. Se ha producido un divorcio entre poder y política. Antes coincidían en el territorio del estado-nación. Pero hoy el poder es extraterritorial y no hay una política de esa amplitud. La gran cuestión al respecto es la de un nuevo matrimonio. Y cuidado: no confundir política internacional con política global. La primera es una suma de nacionalidades, una de ellas dice sí a un acuerdo, otra dice no y se paraliza todo. Aparecerán nuevas formas."

Entretanto, como si fuera poco, también el problema moral pasó a ser global, advierte Bauman. "Se dice que el Holocausto concierne a tres categorías de personas: las víctimas, los asesinos y los presentes o espectadores. Y bien, hoy, por medio de la televisión, todos somos espectadores, todos conscientes de los sufrimientos de los otros, hasta en las más alejadas partes del mundo. Antes, enterarse de una terrible penuria en Africa por medio de los diarios era distinto. La televisión cambia todo. Ahora ves, sabes. Entonces te concierne. Es la globalización de la responsabilidad. Sobre todo en la economía global todos somos interdependientes (lo que hace alguien en Singapur tiene su impacto también en mí y viceversa, por más que yo no sepa cuáles son las conexiones intermedias), a lo que se agrega la vulnerabilidad recíproca asegurada."

Una buena noticia, según Bauman es que "por primera vez en la historia el imperativo moral y el instinto de supervivencia marchan en la misma dirección. Durante milenios, para ser fiel a la moral debías sacrificar algo de tu interés. Actualmente los objetivos coinciden: o cuidamos la dignidad de todos en el planeta o moriremos todos juntos. Y atención, no basta con proveer a todos de comida y agua: muchas iniquidades tolerables ayer, hoy ya no lo son más; la modernidad ha llegado, es conocida en tres cuartas partes del mundo, entonces muchas injusticias antes consideradas como `inevitables´ actualmente se consideran `inaceptables´. Muchos conflictos actuales no se han originado por la comida sino por la dignidad ofendida".

Si la modernidad es "líquida", inaprensible, y si la historia nos ha llevado a situaciones totalmente inéditas, hay sin embargo algo "sólido" y "viejo" que para Zygmunt Bauman es brújula y un instrumento más actual que nunca: el socialismo.

"Se necesitan más socialistas desde que cayó el muro de Berlín -dice-. Antes el comunismo le pisaba los talones al capitalismo produciendo un mecanismo de `control y equilibrio´ que salvó al mismo capitalismo del abismo. Ahora el socialismo es indispensable: no lo considero un modelo de sociedad alternativo sino un arma apuntada hacia las injusticias de la sociedad, una voz de la conciencia cuya finalidad es debilitar la presunción y la autoadoración de los dominantes."

A la vez, en el libro, Bauman se declara también liberal ("la seguridad de los medios de subsistencia y la libertad son complementarias") pero es para el socialismo que echa mano a la poesía: "Como el ave fénix, renace del cúmulo de cenizas dejadas por los sueños quemados y por las esperanzas carbonizadas de los hombres. Y siempre resurgirá". Y concluye: "Si es así, espero morir socialista".

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