domingo, 31 de agosto de 2008

"PENSANDO EL ESPACIO PÚBLICO EN LA GLOBALIZACIÓN" por Sergio De Piero*






Introducción

Pareciera que las ciencias sociales casi ya no pueden plantear el estudio de ninguna categoría o proceso, si éste no es pensado en términos de crisis, la cual además es vista en sentido negativo, como agotamiento de un modelo de certidumbre. En esta línea hace algunos años, Norbert Lechner llamaba la atención sobre el debate en torno a la posmodernidad, la cual sería fruto de un proceso doble, pues recordando a Max Weber, la modernidad ya era presentada como un desencanto, de manera que la posmodernidad vendría a ser algo así como el desencanto con el desencanto.

La cuestión del espacio publico no escapa a esta percepción crítica, entre “negativa y apesadumbrada”, sobre su presente. El debate sobre éste se ha bifurcado en diferentes dimensiones, lo que genera que en definitiva se estén hablando de problemas relacionados pero distintos: por ejemplo ¿qué relación existe entre la crisis del Estado nacional y la nueva perspectiva sobre la vida privada? Seguramente, muchos aspectos se encuentran entrelazados, pero también prevalecerán algunas especificidades.

Para trabajar esta relación sobre la cuestión del espacio público, el pequeño relato Visión del Escribiente de Octavio Paz, nos ha sugerido muchas temáticas vinculadas al debate, las cuales queremos desarrollar a partir de cinco aspectos centrales: la cuestión del Estado; vida privada vs. vida pública; la responsabilidad pública; la política y lo público y finalmente la incertidumbre frente
a lo público. No se trata pues de un análisis del texto, sino de reflexiones que surgen desde el.




La crisis del Estado como espacio público

La visión del escribiente de Octavio Paz *

“Y llenar todas estas hojas en blanco que me faltan con la misma monótona pregunta ¿A qué horas se acaban las horas? Y las antesalas, los memoriales, las intrigas, las gestiones ante el Portero, el Oficial en Turno, el Secretario, el adjunto, el Sustituto. Vislumbrar de lejos al Influyente y enviar cada año mi tarjeta para recordar - ¿a quién? – que en algún rincón decidido, firme, insistente, aunque no muy seguro de mi existencia, yo también aguardo la llegada de mi hora, yo también existo. No abandono mi puesto( ...), renuncio a la tarjeta de racionamiento, a la cédula de identidad, al certificado de supervivencia, a la ficha de filiación, al pasaporte, al número clave, a la contraseña, a la credencial, al salvoconducto, a la insignia, la tatuaje y al herraje”.

Desde mediados de la década del setenta, diversas corrientes han sostenido, de modo cada vez más firme, de una parte, la tesis de que el Estado ha ingresado en una creciente crisis; y, de otra, una postura de sospecha generalizada sobre su real “utilidad” para la sociedad. El adjetivo no es extraño, ya que si bien en un principio la crítica parecía provenir de paradigmas diversos, con el tiempo, quedó claro que el neoliberalismo logró elaborar la versión más acabada sobre un nuevo modelo a construir. Pero, en la convulsionada década del setenta la crítica hacia el Estado comenzó a multiplicarse, a bifurcarse y a yuxtaponerse en distintas dimensiones: abarcaba al modelo del Estado de Bienestar (la alianza del Estado, sindicatos y empresarios); al Estado interventor (regulación y planificación de la economía); al Estado Providencia (beneficios sociales), para derivar decididamente en el Estado – nación (soberanía política), y en el mismo Estado como apropiación de la dominación (exclusividad de la fuerza legítima). ¿Es una sola crisis? ¿Se trata de un proceso iniciado por el fin de la fe en el modelo del Welfare? ¿Eran en realidad las fuerzas de la globalización que afectaron primero algunos aspectos para luego cuestionar la institución toda?

Difícil de contestar y menos aun en las modestas pretensiones de este trabajo. Pero no cabe duda que los últimos treinta años han sido, en buena medida, intentos por darle un cauce a esta discusión. Durante la década del ochenta y noventa, uno de los ejes que parecía superar y articular estos debates se constituyó en torno a la supuesta tensión entre modernidad – posmodernidad; debate que produjo una división en las ciencias sociales agrupando las interpretaciones en algunas de las dos posturas. Los que constituyeron el segundo grupo sostenían que la crisis del Estado se explicaba al interior de la crisis de la modernidad como gran espacio que explicaba y daba sentido al conjunto de instituciones que surgieron con ella.

Aunque menos diseminada, se ha desarrollado la corriente que extiende la crisis al proceso de civilización, según la cual todo el orden social estaría comprometido de tal manera que la humanidad se apresta a atravesar un proceso de descivilización ; de este modo la crisis ya no sólo se desarrollaría sólo en torno la dificultad de la reproducción y funcionamiento de las instituciones, sino también en una fractura de las pautas de convivencia sociales cotidianas y mínimas.

Ahora bien, en la perspectiva que nos interesa, la cuestión del espacio público se vincula directamente a la crisis del Estado. De esta manera, la crisis del Estado y la crisis de lo público pueden fundirse en mismo proceso, ya que desde la segunda mitad del siglo XIX, y en particular en América Latina, lo público pareció ser igual (o casi) a Estado, y las instituciones que se construían en defensa de lo público, (los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones en general) en realidad lo estaban haciendo para sostener el modelo del Estado –nación. La construcción de una cultura nacional que se alimentaba, como definía Jorge Luis Borges: “de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos” , fue el motor que movilizó la nueva cultura predominante en las distintas sociedades. Esta daba cuenta de la construcción de ciudades, de pertenencias comunes, de idiomas, de tradiciones, las cuales podían presentarse en la forma aristocrática (que, a su vez, establecía la vinculación con el mundo, el cosmopolitismo), como ya en el siglo XX, o en forma popular con la consolidación de la sociedad de masas , y masiva de la mano de la nueva tecnología.

En el fondo, fuera en la forma aristocrática o en la popular, el “elemento nacional” fue parte constitutiva de la cultura que se edifica en derredor de la formación del Estado – nación, y con ello la ocupación de lo público, mediante la conformación de una acción afirmativa del Estado en este sentido: la educación básica obligatoria, formadora del concepto de nacionalidad, pero también con el servicio militar obligatorio.

En el transcurso del siglo XX, se fortalece la corriente que auspicia el modelo del Estado interventor, a partir de la política keynesiana, la cual llevó al Estado, en primer lugar, a intervenir en la economía en diferentes perspectivas: aumento de la obra pública, que se expresó en el diseño de ciudades que, en algunos casos, “barren” todo resto de orden colonial, construyendo ciudades de estilo europeo en plena Sudamérica. Es así que, en países como Argentina, Brasil o Chile, los edificios públicos, comienzan a “competir” con lo templos religiosos, en altura y diseño; se crean empresas de propiedad estatal, que plasman la imagen del progreso y la construcción del industrialismo al interior del “proyecto nacional”; se regula del mercado de valores y el mercado externo, lo cual fortalece la capacidad del Estado para someter, en el espacio público, los intereses privados, etc. La realización de estas esferas comienza a ser, en distintas partes del mundo, sinónimo de un Estado – nación pujante, e incluso bajo contrapuestos regímenes políticos: capitalismo liberal, fascismo, populismos o comunismo, todos los cuales hacen gala de un Estado que domina la escena pública a través de sus empresas o monumentos, acompañados en muchos casos con el culto a la personalidad, el liderazgo carismático, nueva construcción del liderazgo político. Así lo público, fortalecido por la orientación cultural que hacíamos referencia, se convierte en sinónimo de buena sociedad y fortalece la noción de futuro.

En tercer lugar observamos la constitución, en particular en la posguerra, del Estado Benefactor o social, en sus diferentes acepciones. La lucha por los derechos sociales y económicos, e incluso civiles en muchas regiones, que aun le eran negados a grandes grupos sociales, comienzan a transformarse en política del Estado, y por lo tanto a generar una transformación social del espacio público, lo que fue de la mano con la aparición de los movimientos de masas. Derechos sociales, defensa de los menores, regulación del trabajo, etc., comienzan a ser temas sobre los que el Estado actúa. Anteriormente, dichos temas sólo estaban vinculados a la órbita del mercado y por lo tanto en los términos del liberalismo, a la esfera privada, es decir de la sociedad civil. Cuando ciertas demandas en apariencia privadas, como el salario, logran insertarse en el espacio público (no sin un largo proceso de luchas y contradicciones), el Estado se convertirá en garante de ese ingreso y formará parte de lo público, en tanto se convierte en política pública.

Sin embargo, todo ello no deja de ser curioso, ya que el espacio público surgió, en la perspectiva de Jürgen Habermas, como el lugar desde donde la burguesía luchaba por sus intereses en contra del Estado Absoluto, en la Europa del inicio de la modernidad. Pero, como apunta Nestor García Canclini , durante el siglo XX el espacio público se concibió también como defensa de lo social frente al poder capitalista, donde lo público es la garantía de los derechos civiles, sociales y económicos conquistados. Así, el espacio público se presenta como espacio de resistencia al Estado autoritario y a los poderes no representativos y discrecionales del capital, en la defensa de los intereses comunes de los miembros de una sociedad.

La excepcionalidad reside, entonces, en que en América Latina fue el Estado mismo el generador de estos espacios públicos y generador de derechos sociales y políticos; a su vez porque, como muchos autores señalan, existen algunas dificultades, en la región, para utilizar el concepto de sociedad civil, como un espacio diferenciado del Estado, ya que las relaciones entre Estado y sociedad civil, fueron muy permeables. Pero, en algún punto todas estas construcciones comenzaron a desmembrarse. Probablemente, las expectativas generadas en torno del Estado como protección de lo público fueran exageradas, como se observar en algunas afirmaciones actuales: “al perderse gradualmente el espacio de la solidaridad y el interés general, desaparece el magnífico edificio de una sociedad organizada según una pirámide de poderes, que encajan los unos a los otros”.

La primera de estas crisis proviene, probablemente, de la jaula de hierro moderna: la burocracia. Ella es percibida como destructora de los lazos sociales, de la noción de comunidad y de la imposición del anonimato en las mismas relaciones humanas. Como ilustra Leopoldo Marechal al poner en boca de un burócrata condenado al infierno: “Si al principio en el rostro de cada postulante yo leía un problema vital, un destino en marcha (…), pude luego hacer abstracción de todo lastre sentimental, hasta no ver en aquel hombre, sino una cara. Después, no interesado ya ni siquiera en los rostros, cada postulante fue para mi un brazo en el extremo del cual venía una carta. Finalmente, ya no vi el brazo conductor, sino la carta sola”

Pero, además de ello, el enorme aparato y maquinaria que despliega el Estado, pone en cuestión el mismo sentido de la vida, y de la vida social en particular, llevándola hacia el sin sentido, a la soledad, a través de mecanismo que ocultan el verdadero motivo de las cosas; origen que quizás, como representó Franz Kafka, nunca pueda ser conocido, ni explicado.

A partir de estas percepciones, que se profundizan durante la década del ochenta, y a la sobrevalorización de la racionalidad instrumental, el desgaste de lo público es notable. Si la eficacia y la eficiencia se transforman en valores sociales supremos, el Estado comienza a perder el prestigio ante la sociedad, por las ineficiencias propias en su accionar (en particular como prestador de servicios), pero también situaciones que ya no puede controlar y que de hecho escapan a su órbita de acción. La intervención del Estado, es vista como desincentivadora de la acción privada y la ayuda social como promotora de la vagancia. Ser empleado público es sinónimo de mediocridad y conformismo, de carencia de iniciativa y ambiciones en la vida.

Sin embargo, sin duda, un cambio radical se produce a partir de la nueva percepción del territorio. Ya no parece posible que el Estado, y por lo tanto el espacio público, pueda ser pensado exclusivamente en términos nacionales. Ahora bien, como señala Renato Ortiz, en este sentido la globalización puede plantearse en tres dimensiones: (a) la primera privilegia una nueva interrelación entre distintas esferas (la local, la nacional y la global, y pudiera agregarse la regional) que comienzan a vincularse de una nueva manera pero que preservan algún grado de autonomía e identidad, privilegiando la interacción, de manera dualista (local – global, etc.); (b) la otra opción consiste en pensar que lo global incluye lo nacional y este a su vez a lo local, de esta manera se estaría colocando el énfasis en lo inclusión, bajo una visión sistémica, partiendo del enfoque de Nicklas Luhman¸ en este sentido podría pensarse en una sucesión de anillos concéntricos que siendo diferenciados, mantiene algún grado de autonomía relativa, dentro de los límites nuevos que se le ha trazado; (c) sin embargo, Ortiz prefiere optar por una visión que privilegia la idea de proceso civilizatorio, global pero no necesariamente totalizador, que se aparta de las dualidades externo - interno, cercano - distante, para pensar el espacio como un conjunto de planos atravesados por procesos sociales diferenciados, articulados en todo caso por la noción de líneas de fuerza. Queda claro que la transversalidad y no la linealidad homogénea, es la característica predominante en la que el Estado – nación se ve envuelto, en esta perspectiva.

Esta visión, más realista en cuanto asume la dificultad de trazar diferenciaciones entre los tres espacios señalados (global, nacional, global), en la cuestión del espacio público, nos enfrenta al dilema de la construcción de un andamiaje político – institucional, capaz de tomar transversalmente las tres esferas y hacerlas partícipe del proceso. Otros autores han llamado la atención sobre esta dificultad, en tanto la humanidad no ha generado procesos que respondan a esta realidad (Bauman: 2001). El mismo Renato Ortiz, señala la dificultad que las ciencias sociales han encontrado para pensar esta nueva realidad global, con excepción quizás de la economía (1994: 143 – 163). Desde la perspectiva de la ciencia política, propone la reconsideración de la ingeniería mundial, no sólo al de posguerra, sino al visión del Estado de Westfalia, (la noción moderna de soberanía política, 1648), en busca una concordancia entre la democracia y el orden global, donde el rol del Estado sigue siendo importante en los procesos de globalización, pero que es decididamente redefinido (por ejemplo, Held: 1997).










Espacio público vs. vida privada

“Frente a mí se extiende el mundo, el vasto mundo de los grandes, pequeños y medianos. Universo de reyes y presidentes y carceleros, de mandarines y parias y libertadores y libertos, de jueces y testigos y condenados: estrellas de primera, segunda, tercera y n magnitudes, planetas, cometas, cuerpos errantes y excéntricos o rutinarios y domesticados por las leyes de la gravedad, las sutiles leyes de la caída, todos llevando el compás, todos girando despacio o velozmente, alrededor de una ausencia. En donde dijeron que estaba el sol central, el ser solar, el haz caliente hecho de todas las miradas humanas, no hay sino un hoyo y menos que un hoyo: el ojo de pez muerto, la oquedad vertiginosa del ojo que cae en sí mismo y se mira sin mirarse. Y no hay nada con que rellenar el hueco centro del torbellino”.

El párrafo precedente, muestra la metáfora con la cual se puede ilustrar el espacio de lo público en la modernidad, su centralidad y generación de certidumbre. Desde luego, esa característica es hoy exagerada frente a la incertidumbre que manifiesta el presente. Pero, no cabe dudas que parte del discurso de la modernidad consistió en la reconstrucción del mundo en torno a algunas de estas ingenierías institucionales o movimientos sociales, a cuyas últimas expresiones asistimos en América Latina, quizás en el período posterior a la dictadura de los ochenta. Los partidos políticos supieron conducir e incorporar claramente, esta característica, pero no de forma exclusiva. La vida pública no se reducía a la política, sino que otras dimensiones, también ocuparon lo público de modo decidida, tales como la religión, y el entretenimiento. Lo público era votar, pero también asistir a un acto religioso, participar de fiestas como el carnaval, etc., espacios en los cuales la autoridad estatal, se entremezclaba con otras autoridades (religiosas en particular), y con el ciudadano común.

Todo ello estaba contenido por la línea que demarcaba, con sus excepciones, la vida privada. El espacio de la familia podía considerarse como la zona escindida de las prácticas públicas donde la persona podía desenvolverse a “su gusto”, de acuerdo a aquello que el liberalismo denominó como la libertad de conciencia. Sin embargo, ello no fue fácil en particular para la región, con la irrupción de regímenes dictatoriales cuyos objetivos sobrepasaban el control de lo publico para inmiscuirse en la vida privada de los ciudadanos. El esfuerzo por establecer esta demarcación fue propia de la construcción del modelo de familia burguesa, como señala Richard Sennett con un ejemplo: un noble del siglo XIX señalaba extrañado que el rey lo hubiese reconocido en un parque, cuando ni él ni su familia se hallaban vestidos para una ocasión pública, no estaban, por así decirlo, en público .

Sin embargo, con los avances de la tecnología de la comunicación, los espacios públicos y los privados comenzaron a entrelazarse y yuxtaponerse: ¿Cuál era el espejo público en el cual el hombre y la mujer debían verse para sentirse parte común de un sociedad, y sentir que estaban encajando con las tendencias mayoritarias? El mismo Richard Sennett señala la transmisión de ciertos códigos de pertenencia a grupos sociales, mediante los cafés u otras reuniones sociales. En el siglo XX la comunicación de estos espacios comunes comenzarán a ser transmitidos por la nuevos soportes comunicacionales: la radio, el cine, la televisión, internet.

No diremos nada nuevo al afirmar el esfuerzo de la tecnología en los últimos veinte años por trasladar al ámbito privado los placeres que otrora se disfrutaban en espacios públicos o semi públicos: las películas en video o en dvd, la perfección del audio, los procesadores de alimentos, la televisión por cable, el fútbol en directo, el fax etc., etc. Todas estas herramientas nos permiten mantenernos en nuestro hogar. “El cierre hermético del individuo privado, el deseo de confort y familiaridad, son consustanciales a los espacios urbanos cada vez mas expansivos y anónimos, pero también se articulan en cierto modo, con la pantalla – membrana que desactiva las guerras y los horrores del mundo o mejor, los transforma en espectáculo.”

Existe en el fondo de esta cuestión y como la cita deja entrever, el debate sobre la valorización de la vida privada y de la pública. Los “nuevos” (muchos de ellos ya se desarrollaron en la década del sesenta) programas de televisión en la actualidad se centran justamente en el cruce del mundo privado y el público, en temas como la sexualidad, las peleas doméstico – familiares, las frustraciones, los deseos, etc. Los Reality Show o los Talk Show reflejan el esfuerzo por acercarse brutalmente a esta dimensiones de la vida privada. Lo que está en la pantalla, las confesiones, los llantos, las histerias, no son la vida privada, en tanto el escenario donde se desarrolla son los estudios de la televisión, y la inducción de la producción del programa, por el rating, influye en los comportamientos de las personas. Incluso es comúnmente aceptado que buena parte de las historias del los Talk Show son inventadas, y la gente cobra una pequeña suma de dinero por representarse a si mismo pero contando alguna tragedia o discordia en particular.

Ahora bien, ¿es ello entonces cuestión pública? No lo parece, si seguimos afirmando que lo público es aquello común a todos las personas. En este sentido, es importante rescatar aquí los dos sentidos que lo público adquiere para nosotros. Siguiendo a Richard Sennett los primeros usos del concepto de lo público, hacia el siglo XV, referían al bien común de la sociedad, pero algunos años después se sumó, o se superpuso a ello, un sentido de lo público vinculado a aquello que es manifiesto y abierto a la observación general . De esta manera, lo público que expone la televisión se relaciona con la segunda concepción, pero tiene muy poco, o nada, de la primera, que es lo que puede constituir un elemento relevante para la democracia. En este sentido, el llamado Sexgate que protagonizara el presidente norteamericano Bill Clinton tuvo muchos de estos condimentos. En su momento, señalaba Jean Paul Fitoussi que cabía preguntarse si la confesión pública se sitúa en las dos dimensiones de lo público a la que hacíamos referencia, y si algunos asuntos privados, cualquiera sea la calidad de las personas involucradas en ella, participan de la práctica de la democracia. En el sentido político clásico del concepto, la respuesta es sin duda negativa, pero no es tan sencilla de responder cuando las valoraciones que realizan los votantes como ciudadanos sobre sus líderes son transversales. ¿Por qué no habría de importarles la conducta personal de un líder, si las campañas electorales están plagadas de estos elementos para la seducción del electorado? Hoy día ¿cuántas campañas se construyen en torno a propuestas políticas, en el sentido clásico?

Otro elemento, en esta línea de reflexión, proviene de la nueva construcción de las celebraciones comunitarias, anteriormente tan vinculadas a la dimensión pública estatal, a través de las fiestas patrias, desfiles, fiestas populares como el día del estudiante, de la primavera, la concepción festiva del 1 de Mayo, etc. Estas combinaciones, originadas ya en la Europa del siglo XIX, donde la constitución de lo publico abrevaba en las fuentes de lo nacional, pero también de cierto entrecruce público – privado con la preeminencia del primero (por ejemplo la Liga de la Prímula, impulsada por el Partido Conservador en la Inglaterra de Disraelí).

En la actualidad, las celebraciones que realzan la tradición o al Estado – nación, han perdido buena parte, sino toda atracción sobre los ciudadanos. En su reemplazo, surgen las atracciones caracterizadas por la espectacularidad, sin anclaje territorial, y que hablan de un nuevo orden y de un nuevo espacio. En términos políticos el 11 de septiembre se ha convertido en el nuevo efemérides mundial, y los bomberos de Nueva York en sus héroes incuestionados. El atentado a las Torres Gemelas del 2001, permitió al gobierno de George Bush la conformación y renacimiento de una nueva ideología nacional – patriótica, (rayana con el chauvinismo), y a la vez establecer, a nivel global, quienes son las victimas y victimarios, los héroes y parias del nuevo orden internacional.

De esta manera, el antiguo temor al monstruo orweliano, a la omnipresencia y la observación panóptica, encuentra en la televisión un mecanismo de evasión a la crisis de sentido, y al tedio en que puede convertirse la vida privada. Así las estrellas de n magnitudes, a las que alude Octavio Paz, son accesibles a las personas comunes, en tanto estas atraviesen el espacio televisivo, como escenificación de lo público.







La política en lo público

“Y, en silencio, espero el acontecimiento. Soplará un vientecillo apenas helado. Los periódicos hablarán de una onda fría. Las gentes se alzarán de hombros y continuarán la vida de siempre. Los primeros muertos apenas hincharán un poco más la cifra cotidiana y nadie en los servicios de estadísticas advertirá ese cero de más. Pero al cabo del tiempo todos empezarán a mirarse y preguntarse: ¿qué pasa? Porque durante meses van a temblar puertas y ventanas, van a crujir muebles y árboles. Durante años habrá tembladera de huesos y entrechocar de dientes, escalofrío y carne de gallina. Durante años aullarán las chimeneas, los profetas y los jefes”.

Hay un chiste que dice que los políticos abren la heladera, y ante la luz del aparato, sonríen pensando en las cámaras de televisión. Este fue un rasgo que marcó a la política de lo últimos años, y colocó a la televisión en el centro de las campañas electorales. En el caso argentino, las elecciones de 1983 fueron las primeras claramente caracterizadas por lo mediático, con la aparición de los asesores de imagen, las encuestas sistematizadas, etc. La televisión se convirtió así en un marco de referencia central donde hoy se presentan candidatos, renuncian funcionarios, confiesan sus culpas los acusados o los inocentes buscan defenderse.

Así la construcción y relación entre política, espacio público y medios de comunicación se vuelven mas claras. Como lo ha señalado Jean-Marc Ferry: “El espacio público es el marco mediático, gracias al cual el dispositivo institucional y tecnológico propio de las sociedades posindustriales es capaz de presentar a un público los múltiples aspectos de la vida social” . La geografía y el temario que la televisión es capaz de abarcar no tiene límites, “abre a las personas nuevos caminos para ver y participar en los desarrollos globales. La gente pudo leer lo que sucedió en Polonia en 1968 y lo que pasó en Chile en 1973; pero varios miles de millones vieron lo que sucedía en China en la Plaza de Tiananmen en 1989” . El avance de la tecnología en este sentido, permite que mayor cantidad de personas “participe” de un fenómeno aún cuando no le interese, porque presentada de esta manera la noticia no interrumpe la vida privada, no es un quiebre con la cotidianeidad propia, sino que se incorpora como una dimensión más, que no llega a incidir, a interrumpir el desenvolvimiento de nuestras vidas.

Frente a ello los políticos profesionales han adaptado lentamente sus discursos al lenguaje de la televisión, aunque no han sido lo únicos desde luego. La figura del intelectual como crítico o articulador de lo social con lo político, en su versión gramsciana, se ha transformado frente a las cámaras en el experto, y en particular en el tecnócrata, que en nombre del conocimiento técnico (de lo eficaz y lo eficiente) se coloca por encima de los debates. El rol articulador del intelectual, se diluye en los mensajes periodísticos a fuerza de extremas simplificaciones sobre la realidad, donde la opinión, cualquiera fuesen sus implicancias, no exige el menor fundamento para ser expresada. De allí la pertinencia de la propuesta de Pierre Bourdieu, de aprender a decir no.

La relación entre políticos y medios sufrió una nueva transformación a mediados de los noventa. Con la imposición del modelo económico neoliberal y la creciente difusión del “camino único” como la perspectiva para pensar el presente, la tarea de los políticos como líderes de un espacio público creador y renovado se fue acotando día a día. Las opciones tienden a reducirse a dos instancias, como escribe Ricardo Piglia en el personaje de un ex – senador en una novela:“porque hablando con propiedad ¿qué es un Senador sino alguien que legisla y hace discursos”

Así podríamos decir que el espacio público se restringe al espacio urbano: consiguientemente, un buen político, en tanto funcionario, debe cuidar y mejorar la ciudad. En este sentido, en los noventa surgieron muchos proyectos del tipo Plan Urbano Ambiental, Plan Estratégico para la Ciudad, Presupuesto Participativo, etc. En el caso de los dos primeros, se manifiesta muy claramente el poder del saber técnico como dominante del espacio público, que en el sentido común, se expresa en la creencia de que el gobierno debe estar en manos de los que saben. Así mismo, aparece la visión de que el espacio publico debe ser protegido y resguardado del uso irresponsable que algunos habitantes hacen de él, y la necesidad de liberarlo de los “extraños”. Diseñar y pensar la ciudad fue siempre una de las prerrogativas de los gobiernos, aunque en algunos casos esto no se manifieste tan claramente, en el caso, por ejemplo, de Buenos Aires, ciudad que Le Corbusier, recomendaba demoler por completo y rediseñar con criterios “racionalistas” de orden.

A su vez, y a pesar de las iniciativas al respecto , no se percibe en la región iniciativas más que de las plazas y otras semejantes.. Que superen la búsqueda del orden del tránsito vehicular, mejorar la recolección de la basura, el cuidado este sentido. Se ha interiorizando una visión excesivamente vecinal del espacio público. En contraste, el caso del presupuesto participativo, desarrollado en Porto Alegre, se apoya en otro discurso, ya que la cuestión de fondo fue la redefinir las instancias de poder para la toma de decisiones, lo cual afectó no sólo al funcionamiento del gobierno, sino a la intervención de poderes fácticos en el proceso, como señala Tarso Genro

Pero, más interesante que lo anterior, es la nueva postura de los políticos profesionales ante los medios. Si no se privilegia la faz ejecutiva del político eficiente, se vuelve a valorizar el discurso y la palabra, pero ya no como propuesta o interpretación o representación de los ciudadanos, sino como denuncia. En efecto, como señala Eric Hobsbawm los políticos aprendieron pronto que si deseaban ganar la selecciones, no podían al mismo tiempo plantear, por ejemplo, aumento de impuestos, pues ello equivalía a un suicidio electoral . Además, el creciente debilitamiento del Estado – nación, órbita de control a la que pueden acceder los políticos, demuestra una notable pérdida de influencia como ya señalamos, de manera que las propuestas que puedan realizar se encuentran claramente restringidas por otros poderes (el financiero, los medios comunicativos, etc.), sobre los cuales no existen instituciones de regulación.

Por ello, la aparición en televisión está comprendida en el marco de la espectacularidad ofrecida por el escándalo que levanta la denuncia. De allí que los mismos programas de periodismo político, se conviertan en programas de denuncias múltiples y cruzadas. Sus conductores no necesitan comprender demasiado los procesos políticos, sino saber si una denuncia es lo suficientemente fuerte para generar impacto. También, estas prácticas han dado origen al tráfico de denuncias, donde la televisión es utilizado para la destrucción de adversarios, fuera o dentro del partido, o por los mismos medios en tanto empresas. Y allí los políticos profesionales se someten a la lógica televisiva, como denunciadores, pero también como denunciados, que pueden ocupar inmediatamente el otro rol.

El periodismo de investigación, el cual se ha multiplicado en los últimos años, forma parte de la referida tendencia. Este estilo, cuyo hito fundador contemporáneo fue el Washington Post en el caso Watergate, alimenta, en gran medida, la construcción social de la política, y llega a intervenir en al ámbito de lo público, en tanto refuerza la noción de publicidad, pero no la de participación. En este sentido “se considera que la cobertura de los escándalos que se burlan de la ley, la publicidad que se da a los privilegios, y pero aún poner en evidencia las desigualdades sociales, todo ello podría, a veces, exacerbar la indignación y agitar la violencia colérica, provocando tomas de conciencia radicales en los desfavorecidos. Sin embargo, nada de esto es cierto. El periodismo de investigación produce su antídoto común: minimización y naturalización” . La extensa cita señala en el fondo las diferencias “insalvables” que existen en la producción de política y movimientos sociales, y la construcción de un producto.

Los políticos se transforman no sólo en voces que reclaman transparencia, sino que hacen de ello su propuesta de gobierno. Mudos ante los mercados, la mayor parte de ellos apela al discurso de la transparencia y la honestidad como bases para la generación de poder político. Ese fue el camino, en América Latina, en el cual se articularon algunos movimientos políticos en la segunda mitad de los noventa, que eran versiones prolijas del modelo vigente. Este fue el caso de Fernando De La Rúa en Argentina y H. Toledo en Perú, en dos naciones donde la corrupción en las esferas de gobierno eran quizás las más evidente de toda América Latina.

La política también ha sufrido transformaciones en el espacio público más allá de los políticos profesionales. La participación de los ciudadanos, en un espacio público de este tipo, tiende a extenderse y diversificarse, ya que el límite entre aquello que pertenece al ámbito privado o al público, resulta muy difícil de precisar. De hecho, no escapa tampoco aquí el alto grado de mediación entre el ciudadano y lo público, lo cual provoca no simplemente que el individuo reciba lo que sucede, sino fundamentalmente que se establezca una brecha entre él y el espacio público, y al mismo tiempo pareciera que la participación está condicionada a que sus motivos o fines estén vinculados a una realidad que el individuo perciba como inmediata. Por eso, en este sentido, el Estado de Bienestar en su etapa de crisis, aparecía como un gigante al que todos creían alimentar, y al mismo tiempo sentían que nada recibían a cambio.

Así como algunos autores describen una metamorfosis de la representación , algo semejante sucede con la participación social y política de los ciudadanos, que desde luego sigue presente. Como bien señala Jean-Marc Ferry son relevantes: “las manifestaciones autónomas aunque parciales, de una opinión pública que se moviliza solamente mediante movimientos sociales, agrupaciones sindicales o asociaciones, manifiestos políticos y acciones públicas. Esa opinión es auténticamente más pública que el conglomerado estático de opiniones individuales bautizado como opinión pública por los institutos de encuestas”. Ello es importante para desmitificar la extendida visión del poder orweliano de la televisión.

Pues bien , sin duda, se observa una renovada y creciente ocupación del espacio público de parte de los ciudadanos y su importancia no es menor. Como señala Norbert Lechner “abundan los estudios que evalúan el impacto que tienen el desempeño económico, el diseño institucional, el acuerdo entre elites (… ). En cambio pocas indagaciones han hecho hincapié en las dinámicas internas de la política. Me pregunto entonces si el análisis de la cuestión democrática no debería prestar mayor atención a las formas de hacer política” En este caso, podemos equiparar la noción de hacer política, a la visión de ocupación del espacio público, ya que como muchos autores han señalado, lo político deja de vincularse exclusivamente a la militancia partidaria.

En esta nueva perspectiva, es fundamental comprender las nuevas valorizaciones de la participación y del espacio público en particular: “La recuperación y ampliación de lo público en lo social se rige en un proyecto que adopta una visión de la ciudadanía como perspectiva, a través del cual no sólo la sociedad produce al Estado, ejerciendo sobre él una función de crítica y control, sino que se expresa además como trabajo común y acción común, tras un proceso que incluye tanto la deliberación política como la adopción de decisiones públicas en espacios autónomos. Llevada a su expresión más radical la propia política puede ser definida como la concreción del valor universal de la libertad en el dominio público” . Es decir : lo público debe pensarse particularmente como un proceso de creación y participación, de construcción social.

De allí que nos parece posible pensar tres formas de construir la participación en el espacio público desde la ciudadanía. La primera de ellas se refiere a la extendida y difusa noción de solidaridad, comprendida como ayuda directa, sin mediaciones, a quienes lo necesitan. Esta construcción que ayuda a recomponer el tejido social, ha sido en buena medida capitalizada por las antiguas, pero ahora renovadas corrientes del filantropismo. Desde el mundo privado y cotidiano, ausente de ideologías políticas, convoca a reconstruir el mundo social desde la acción individual. La
solución al drama de la pobreza, no provendrá de una nueva acción pública, entendida como una política activa por parte del Estado, sino justamente, del retiro de éste (acusado de ineficaz, corrupto, etc.), y la construcción de soluciones a partir de una solidaridad individual y puntual.

Su limitación fundamental, es que rechaza la tematización de lo público en términos de la existencia y las relaciones de poder en el orden social, de los factores de poder y de los intereses en juego que generan la situación que desea combatir. En su diagnóstico, la clave es la recuperación de los valores perdidos, pero partiendo de la reflexión individual y si es posible “antipolítica”. Esta corriente pertenece, especialmente, a los sectores dominantes y tradicionales de la sociedad. Pero cada día se descubren nuevos actores y espacios que discuten a partir de esta visión.

Una corriente de gran protagonismo en la actualidad asegura que el mecanismo para la recomposición de lo público, consiste en el reforzamiento y autonomía de sus instituciones políticas. De esta manera, se trata de preservar las instituciones de la continua erosión a la que se ven afectadas por las prácticas de sus principales sostenedores, los políticos. Así como algunos gobernantes, en su rol de preservadores del espacio público urbano “enjaulan” los monumentos públicos para preservarlos de los ataques, del mismo modo, se trataría de alambrar las instituciones para que no fueran corroídas por las fuerzas destructoras de la clase política. En esta lectura el espacio público pasa a ser simplemente una instancia estática, ahistórica, que debe preservarse aun cuando ya haya perdido todo su valor simbólico para los ciudadanos, y no sea más que un espacio, cubierto o saturado de símbolos que ya no significan demasiado. Esta concepción contiene una fuerte influencia del derecho, y las salidas propuestas apuntan siempre al control sobre las acciones del Estado nacional, visto como principal responsable de esta destrucción de lo público, y casi única instancia de poder en la sociedad. Bastante cierto durante las dictaduras, sin embargo hoy no puede pasarse por alto el rol jugado por otras instancias de poder, enroladas en el neoliberalismo. Este modelo social instauró la privatización del espacio público y sus instituciones claves (los Organismos Multilaterales de Crédito, las empresas multinacionales) se han convertido en verdaderos decisores del espacio público, local, nacional y global. Esta situación ha sido favorecida por la ausencia absoluta de nuevos mecanismos de control por parte de los ciudadanos.

Existe un tercer grupo, quizás difuso, pero presente. Es aquel de carácter mas trasversal, multitemático, pero que articula las diferencias en torno de un nuevo conflicto: el que surge de la imposición del neoliberalismo y sus consecuencias de exclusión y pérdida de futuro. Se han multiplicado (en el espacio local, nacional y global) las protestas, los reclamos, los foros de discusión, asambleas, emprendimientos productivos, economía social, buscan articular alguna noción de desarrollo, de participación y de lucha contra la exclusión; y, ni más ni menos luchan por “abrir” el espacio público y politizarlo. Su rasgo más característico parece ser la ausencia de una institucionalidad que los agrupe, porque si bien la exclusión es un tema central, las demandas se expanden a múltiples y no siempre complementarios temas. La capacidad de agregación, puede no ser siempre positiva.

En este sentido las transversalidades que el triple espacio plantea, comienza a expresarse en algún sentido en estas luchas: Seattle, no es sólo un ciudad de EE.UU., sino un símbolo por un orden comercial global más justos, para cada uno de los Estados nacionales. ¿Cuáles son sus desafíos? Hacer que ello sea viable en un espacio público destruido. Reconstruir la noción de bien común bajo el dogma neoliberal que implica la exclusión.

Recordémoslo: no toda causa que se haga pública, forma parte del espacio público como construcción de ciudadanía, ni el agregado de individuos asociados por problemas comunes constituye un movimiento social. El dilema central, quizás, no esté en la protesta en sí, que lo incluye, sino en la capacidad de acción política, en la posibilidad de reconstruir el espacio público, en la dimensión de la idea de bien común.







La incertidumbre ante la ausencia de lo público

“Inútil salir o quedarse en casa. Inútil levantar murallas contra el impalpable. Una boca apagará todos los fuegos, una duda arrancará de cuajo todas las decisiones. Eso va a estar en todas partes, sin estar en ninguna. Empañará todos los espejos. Atravesando paredes y convicciones, vestiduras y almas bien templadas, se instalará en la médula de cada uno. Entre cuerpo y cuerpo, silbante; entre alma y alma, agazapado. Y todas las heridas se abrirán, porque con manos expertas y delicadas, auque un poco frías, irritará llagas y pústulas, reventará granos e hinchazones escarbará en las viejas heridas mal cicatrizadas. ¡Oh fuente de la sangre, inagotable siempre! La vida será un cuchillo, una hoja gris y ágil y tajante y exacta y arbitraria que cae y rasga y separa. ¡Hendir, desgarrar, descuartizar, verbos que vienen ya a grandes pasos contra nosotros!”

No es la espada lo que brilla en la confusión de lo que viene. No es el sable, sino el miedo y el látigo. Hablo de lo que ya está entre nosotros. En todas partes hay temblor y cuchicheo, susurro y medias palabras. En todas partes sopla el vientecillo, la leve brisa que provoca la inmensa Fusta cada vez que se desenrollar en el aire. Y muchos ya llevan en la carne la insignia morada. El vientecillo se levanta de las praderas del pasado y se acerca esforzando a nuestro tiempo”.

La constitución del espacio público depende, sin dudas, de la existencia de elementos comunes y compartibles por los miembros de una sociedad. En efecto, el espacio geográfico compartido, no constituye, per se una instancia que genere la dimensión medular de esta cuestión que es la idea de bien común. Acertadamente, Zygmount Bauman en Los nuevos miedos se pregunta cómo se constituye el espacio público. Según este autor, el espacio público actualmente erosionado por la ruptura de los lazos sociales, se convierte “en un container lleno hasta el borde del miedo y la desesperación flotantes que buscan desesperadamente una salida” . Y el temor o el miedo no unen a las personas, sino que refuerzan los mecanismos de privatización y enclaustramiento de la vida social. Continúa Zygmount Bauman: “una vez privatizada la tarea de hacer frente a la desprotección existencial humana dejándola en manos de los recursos individuales, los miedos experimentados individualmente solo pueden contarse uno por uno, pero no compartidos ni condensados en una causa común ni en una nueva clase de acción conjunta” .

La construcción de lo público no es autodefensa frente a fuerzas extrañas, sino por sobre toda convicción de la existencia de un bien común, que puede ser pensado y diseñado colectivamente. La inseguridad actual, por permanecer en el espacio público, no será fuente de su reconstrucción, sino de una débil malla de enlace entre personas anónimas, alimentada por el miedo a los otros.

Por otra parte, a la noción de espacio público debemos agregarle la de tiempo de lo público, que aquí hemos desarrollado. Las instituciones de la democracia moderna crearon no solo espacio, sino tiempos en los que el ciudadanos consagra sus esfuerzos a la construcción del bien común, quizás el más destacado de ellos es el voto. No casualmente las teorías del rational choice (Olson), pusieron especial énfasis en criticar la tendencia del ciudadano promedio, a dedicarle tiempo a lo público, aún cuando no obtuviera réditos directos de ello.

Sin embargo, la historia no ha funcionado necesariamente de ese modo, y los movimientos sociales de cualquier índole son muestra de ello. No obstante, como señala Bauman en el texto citado, los movimientos sociales actuales, han carecido justamente de esa audacia, por abrir de manera decidida el espacio público, bajo la nueva intersecciones entre estructuras en transformación y subjetividades en conflicto.



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