martes, 15 de septiembre de 2009

"IZQUIERDAS". Entrevista a Toni Negri por Herramienta.




Nuestra revista viene desarrollando desde hace más de tres años una campaña por la libertad del filósofo Antonio Negri, encarcelado injustamente en Italia desde el 1º de julio de 1997. Hoy, junto con la reiteración de este reclamo, queremos acercar al lector la palabra del protagonista.

Este reportaje es parte de una entrevista con Toni Negri que realizaron dos compañeros del Consejo de Redacción de Herramienta en Roma durante el mes de junio del 2000. Con posterioridad se le hizo llegar una serie de preguntas cuyas respuestas nos envió hacia finales de noviembre y que publicamos a continuación.*

Herramienta: –¿Cuál sería tu evaluación sobre la actualidad de El capital y la importancia de su actualización?
Toni Negri: –El capital de Karl Marx es una obra insuperable desde muchos puntos de vista: bastaría recordar el análisis de la explotación y la teoría del plusvalor. No obstante, Marx no logró desarrollar completamente el plan de su libro: en particular, nos faltan el libro sobre el salario y el correspondiente al Estado. Hoy es posible completar El capital a propósito de la teoría del Estado (construyendo una teoría del Estado imperial –no más simplemente nacional e imperialista– como forma política y jurídica posnacional del mercado global), y a propósito de la teoría del salario (reconociendo claramente que si la productividad del trabajo ya no es más sólo relacionable a la “fuerza de trabajo” industrial sino al conjunto de la “cooperación” social, por lo tanto, el salario debe ser reconocido a todos los que cooperan en la actividad social de producción). Sobre estas bases, es posible también actualizar El capital en sus partes insuperadas, llevándolo a confrontarse con realidades nuevas. Por ejemplo, la teoría del plusvalor: la explotación sigue existiendo e incluso ha aumentado terriblemente, la extracción de plusvalor se ha extendido a una gran parte de la humanidad y ha arremetido contra el trabajo intelectual. Todo esto nos muestra cómo la teoría del plusvalor (mejor que alguna reminiscencia fuera de foco de la teoría del valor clásica) representa, en la actualidad más que en el pasado, la violencia del dominio estatal y la ferocidad de la organización capitalista del trabajo. ¿Por qué hoy más que ayer? Porque actualmente la producción de plusvalor es: a) global, b) esencialmente cooperativa y c) cada vez más inmaterial (intelectual). En consecuencia, cuando muestra que la cooperación social global e inmaterial de los trabajadores es la base fundamental de la riqueza y que, por lo tanto, ella no puede ser apropiada por el egoísmo privado sino que, por el contrario, debe ser comúnmente recompuesta en la potencia de la multitud, el análisis marxiano de la explotación invoca el odio de masas contra el capital y transforma la indignación contra el plustrabajo en una pasión plena de felicidad, portadora de un porvenir positivo.
H: –¿Cómo ves las transformaciones del siglo XX y el rol del Estado?
TN: –Entiendo por “composición de clase” aquella figura singular del proletariado que es definida por la composición “técnica” (es decir, por las formas tecnológicas de la producción y de la organización del trabajo) y de la composición “política” (es decir, por la historia de sus luchas políticas, de sus organizaciones, por la mutación de sus necesidades y deseos). La composición de clase puede constituir, y a menudo constituye en tiempos y lugares determinados, una formación subjetiva. Si hablamos, de manera muy general, de una historia de las transformaciones de la composición de clase y por lo tanto de la subjetividad obrera y proletaria, el siglo XX nos parece caracterizado por el continuo alternarse de “guerras de clases” (guerras civiles al interior de los distintos países y entre países diversos y/o grupos de países) y de grandes oleadas de mediación institucional de estas luchas (el “reformismo”, ya sea el “capitalista” de los países occidentales o el “socialista” de los países del bloque soviético). A pesar de que en los dos últimos decenios del siglo XX hemos visto el triunfo del neoliberalismo y de la reacción conservadora, no se puede desconocer que este siglo ha sido fundamentalmente progresista. Abierto por el gran ciclo internacional de luchas de 1905, interrumpido por la horrorosa primera gran guerra interimperialista de 1914 a 1918 y, sin embargo, desde el propio seno de ésta, trastocado por la Revolución de Octubre. Más tarde renovado por la voluntad reformista del New Deal americano y contemporáneamente ultrajado por la reacción fascista, etcétera... ¿A qué serviría repetir toda la historia de este siglo? Bastaría fijar esos cuatro o cinco puntos que lo definen de manera indeleble: a) La revolución soviética y la respuesta del capitalismo americano que, con el New Deal, propone el reformismo como desafío y oposición a la expansión mundial de la revolución comunista; b) La derrota del fascismo (es decir, del sector del capitalismo mundial que no había aceptado el reformismo como arma antiobrera) por parte de la alianza norteamericana-soviética y de la resistencia del proletariado europeo; c) La Revolución China que inaugura la descolonización y también la derrota de los Estados Unidos en Vietnam, que impone al capitalismo el proyecto de una constitución global, posimperialista e imperial del mercado planetario; d) Los movimientos proletarios que desde 1968 a 1989, en las victorias y/o en las derrotas, igualmente revelan un cambio de paradigma en la composición del proletariado (su inmaterialidad dominante, respecto de las nuevas tecnologías hegemónicas y una profunda mutación de las relaciones de fuerza entre las clases y de la expresión subjetiva de las necesidades); e) Una nueva fase de la lucha de clases del proletariado, por lo tanto, se ha abierto, si bien con características latentes y subterráneas. Las luchas de los años 90 (entre las cuales se destaca la parisina del invierno de 1995) trazan nuevos caminos.
Con relación a los procesos desencadenados por las luchas del siglo XX, podemos reconocer que éstos son determinados, uno después del otro, por la profundización y extensión de la proletarización. En este siglo cada ciudadano (y también cada esclavo) deviene un trabajador. Debe producir, debe trabajar, debe ser pagado, instruido, asistido y reconocido como hombre. Es una fuerza inmensa que –originalmente en las luchas del “obrero profesional”, luego en las del trabajador fordista o del “obrero masa” y, en fin (hoy) en las del obrero social (o del “intelectual-técnico masa”) del posfordismo– se ha expresado y ha subordinado los ordenamientos institucionales del capitalismo (tanto en Occidente como en Oriente). El siglo XX ha aumentado enormemente el umbral de posibilidades de la acción revolucionaria comunista ya que, frente a la profundización de la generalización de la explotación capitalista del trabajo, ha ofrecido al proletariado los medios adecuados (trabajo inmaterial-intelectual, cooperación social ampliada, posibilidades de movilidad internacional, etcétera) para militar en esta dirección.
H: –¿Cómo ves el impacto de estas transformaciones en el seno de la clase obrera y con relación a su subjetividad? La proletarización social da a luz nuevos protagonistas en las luchas. ¿Cómo ves los nuevos sujetos de los procesos de cambio?
TN: –Preferiría reunir y responder conjuntamente a estas dos preguntas. En realidad, como ya he señalado antes, no creo que el nacimiento de nuevos sujetos de la lucha de clases pueda ser distinto de las transformaciones de la organización del trabajo (y de sus presupuestos tecnológicos y/o económico-financieros) y ni siquiera que pueda ser visto separado de las luchas y/o de la pasividad, de las victorias y/o de las derrotas, de las mutaciones del “espíritu” del sujeto proletario. Queda un interrogante: ¿qué ha pasado después del ’68?
Para responder a esta cuestión se deben tener presentes dos principios. En primer lugar, aquel que llamamos “hegemonía de las luchas proletarias sobre el desarrollo capitalista”. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que a veces en la historia de la lucha de clases se llega a puntos que marcan verdaderos y cabales “cambios de paradigma” en la consideración de la lucha de clases, de las respuestas capitalistas, de instituciones y/o constituciones espaciotemporales que configuran en modo original el desarrollo histórico.
De esta manera, en el ‘68 asistimos a la conjunción de los dos fenómenos que hemos descrito. Es decir, que las luchas proletarias –aquellas de la clase obrera central y las del proletariado del Tercer Mundo–, imponen su hegemonía al capital. Bajo la presión de las luchas el capital entra en crisis. Pero la hegemonía de las luchas obreras y proletarias sobre el desarrollo no es sólo determinación de la crisis del reformismo capitalista central y del colonialismo (en la forma de “fordismo periférico” que entonces había asumido): es también anticipación del desarrollo; una anticipación que, en este caso, se impone por el “rechazo del trabajo” del obrero masa central y por el rechazo del “intercambio desigual” de los trabajadores del Tercer Mundo. Con el ‘68 y los acontecimientos que lo acompañan, los capitalistas se ven obligados a cambiar el modo de producir, es decir, a sustituir (en forma creciente) el trabajo obrero por el trabajo intelectual, a organizar lo social como terreno de explotación, a unificar el mercado mundial cada vez más, en definitiva, a buscar la ganancia en el dominio sobre la relación entre producción y reproducción, entre reproducción y circulación, entre circulación y consumo más que en la producción industrial. El pasaje del fordismo al posfordismo (a sus tecnologías y a sus propios modos de financiamiento y circulación monetaria, no sólo de redistribución del beneficio del capital colectivo) se determina allí, en el ’68. Es una verdadera y real mutación de paradigma. Las luchas obreras, después ese año, no pueden ser interpretadas de la misma forma que antes, del mismo modo que con posterioridad a Galileo o a Einstein la física no puede ser entendida tal cual lo era anteriormente. Tampoco las categorías políticas e institucionales pueden ser comprendidas de igual forma después del ’68. En realidad, es evidente que desde el rechazo del trabajo fordista (taylorizado) a la invención y a la hegemonía del trabajo electrónico comunicacional la vía es directa, tal como lo es la vía del rechazo de la esclavitud del trabajo de fábrica (y de la prisión metropolitana) a la movilidad mundial de la fuerza de trabajo. Por lo tanto, en el pasaje del fordismo al posfordismo el capital ha sufrido una ofensiva de clase (obrera y proletaria) implacable, anticipadora y vencedora.
Las organizaciones obreras, en particular el poder burocrático del socialismo soviético, no han comprendido nada de este desarrollo de las luchas, de las transformaciones de la composición proletaria y del consiguiente nuevo orden de la organización del trabajo, de la sociedad y de la explotación. El costo de esta ignorancia e imbecilidad fue duramente pagado a costa de su propia desaparición.
Vivimos una fase de transición. Debemos actuar sobre la tendencia. La tendencia es aquella que va hacia una creciente unificación del capital a nivel mundial y, por lo tanto, hacia una siempre mayor proletarización del trabajo, es decir, una unificación a nivel planetario del trabajo intelectual y del material, de las formas de explotación comunicacionales y de aquellas de explotación esclavista. Dentro de esta tendencia, hay muchos nuevos sujetos que están constituyéndose... sujetos proletarios fuertes, es decir, “la intelectualidad de masas” (técnicos de la informática, personal ligado a la instrucción y a la formación permanente, técnicos de las comunicaciones, estudiantes, investigadores y administradores públicos, etcétera) y el “trabajo social” (que no es simplemente la fuerza de trabajo ligada a la asistencia social y al llamado “tercer sector” sino sobre todo el trabajo obrero extendido en el territorio, recompuesto en la valorización capitalista directa, el “trabajo autónomo” pero sujeto a las decisiones indirectas del capital, en definitiva, todas las figuras del trabajo –fuerza de trabajo– socialmente extendidas y socialmente productivas). También hay otro sector en el que la subjetividad tiene un peso muy fuerte: el de las personas encargadas de la reproducción de la especie, es decir, las mujeres y todo el trabajo doméstico...
Hagan la prueba de constituir un sindicato con estos tres sujetos (intelectuales de masa, trabajo social y trabajo femenino de reproducción), unificándolo naturalmente con los “buenos” sindicatos existentes de trabajadores fordistas (aquellos que no se han transformado en puramente corporativos): así, de esta forma, prácticamente habrán conducido la búsqueda sobre los nuevos sujetos, e incluso sobre la nueva subjetividad del trabajo y el deseo del comunismo.
H: –¿Cómo evalúas la experiencia y las perspectivas con relación a la organización nacional e internacional?
TN: –Si las cosas están como hemos comenzado a esbozarlas anteriormente, es claro que el problema de la organización revolucionaria comunista y el de la internacionalización de las luchas se deben proponer de manera completamente nueva con respecto a la tradición del movimiento obrero. Es decir, se deben ubicar intentando de configurar un proyecto dentro del nuevo paradigma de la lucha de clases (en la composición política del proletariado, en la figura imperial del poder capitalista, etcétera). Pero, ¿qué significa configurar un proyecto de reorganización comunista de la producción y de la redistribución de la riqueza común en este nivel del desarrollo capitalista y de frente a la nueva composición del proletariado?
No sé responder a este interrogante que, no obstante, considero un deber plantearse: tal vez sea verdadera la sentencia que dice que los problemas nacen cuando está madura su solución. Reafirmo que no sé la respuesta, pero esto no significa que no se pueda hacer nada. Se puede, por ejemplo, indicar algunos trazos o senderos por recorrer para comenzar a pergeñar alguna respuesta. Para comenzar a organizar algún paso práctico. Para decir desde el comienzo un “no” a aquellos que nos indican caminos ya conocidos y demasiado fáciles.
El primer “no” se debe decir a todos aquellos que sostienen (y representan la mayor parte del movimiento comunista internacional) que la resistencia y la alternativa a la mundialización y a las políticas imperiales puedan basarse sólo sobre el “Estado-nación”. A estos “zulúes” se les debe decir simplemente que la muerte del Estado-nación se ha transformado en una posición capitalista (a pesar de ser –¡ay de nosotros!–, resistida) sobre la base del odio potente y profundo que siempre ha sentido el proletariado. En cuanto a las alianzas que en el Tercer Mundo se han realizado entre el proletariado y las “burguesías nacionales” contra el imperialismo central, ¡fíjense bien a qué final nos han conducido! El proletariado ha sido confinado en las distintas provincias del Imperio mientras la burguesía nacional se ha transformado en “capital colectivo” de éste (en los grandes organismos internacionales como en las bolsas centrales que todos los burgueses unifican, por no hablar de las guerras y de las operaciones de policía internacional que galvanizan, como nunca anteriormente, a los pequeños “zulúes” locales, convocados a un destino y a un portafolio imperiales).
El segundo “no” se debe decir a todos aquellos que piensan que es todavía posible una especie de keynesianismo imperial... y que, sobre esta base, haya posibilidades de restaurar un socialismo reformista a nivel mundial que se oponga al “mercado libre” y a sus instituciones imperiales. Ni siquiera esta propuesta es realista ni posible de poner en práctica para permitir al proletariado reconstruirse como organización y expresar su subjetividad. Para que una propuesta reformista pueda ser realizada, hace falta que se abra una confrontación (dialéctica) en la lucha entre las clases y hoy no es ésta la situación.
Entonces, ¿qué hacer? A la cuestión leninista se le debe dar una respuesta leninista. Lo que implica organizar pequeños grupos de militantes que, sosteniéndose mutuamente, sean capaces de construir el conocimiento de la tendencia, de difundirla, de fundar medios de agitación, utilizar cada ocasión para construir organización y potencialidad de lucha de masas. Esto se deberá realizar a nivel internacional y aquí debe ser creada una fuerte cooperación y construir una cohesión en torno a modalidades de organización y a consignas transitorias que sean comunes. Por ejemplo, hoy las tres consignas que se ponen a la orden del día cada vez con mayor frecuencia (y que no son excluyentes sino que comprenden a otras) y éstas son: salario garantizado a todos los ciudadanos del mundo; libertad de movimiento en todo sentido y en todo tiempo para todos; y control del proceso social científico y productivo, o mejor aún, control (biopolítico) de base del biopoder capitalista.
Nota: Que quede claro que cuando escribimos “volvamos a decir Lenin”, nosotros no queremos referirnos a las experiencias asiáticas del leninismo. Hablamos del hilo rojo indestructible que liga las experiencias de la subversión del capital, desde Maquiavelo a Espinoza, de Thomas Müntzer a Karl Marx, de Lenin a Gramsci, de Lumumba al Che... y, para no olvidar alguna flor asiática, de Trotsky a Mao, a Ho Chi Minh... Pero el problema no consiste en la filología: el olvido ha sido tan rápido que el ansia de revolución y de reconstruir la organización es impaciente y, a veces, feroz.
Roma, agosto de 2000.

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