martes, 5 de enero de 2010

" EL ESPEJO" por Darío Yancán.

El espejo…
Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba.
Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso.
Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius,
Jorge Luis Borges.


Hace siglos…
que el trayecto, la órbita, es la misma.
Que los ciclos y las catástrofes se encolumnan secuencialmente sin modificación. Origen, desarrollo, fin. Un devenir inalterado en términos de vida finita.
Repetición, una y cada vez, otra vez, más.

Hace siglos…
que un cristo nace en natividad y es crucificado, sin el menor esfuerzo de cambiar la historia. Es más, el mayor esfuerzo es el de mantenerla inmutable.

Hace siglos hay luz… y
sucedáneamente, con precisión matemática, los reflejos responden, argumentan a
cada iluminación. A pesar de los siglos, los objetos aún conservan su cualidad material de refraxión al ser expuestos a la luz. Y a la vez, viven y se alimentan de los colores retenidos.

Día tras día, solar, iluminado, esperan bajo el mismo sol, inoptativamente. Día tras día, lunar, digieren luxs.

Todos, metódicamente, todos,
absorben/repelen/reflejan,
hasta los neutros (blancos-negros) tienen el
mínimo consuelo de tener su color. Digamos que es una especie de ética o condición de existencia, una forma de estar en el mundo como muestra de ser. Existencia que recuerda a los campos jalonados, que, en secuencia yuxtapuesta, van guiando y dando sentido con su presencia.


Había decidido no responder a la memoria de Bioy Casares, pero estaba seguro que el infinito al que temía el heresiarca no residía en el espejo ni en la cópula, sino en los estantes de la Biblioteca. Temía a la sinergía de los anaqueles, a su potencial modificador y subversivo, temía a la posibilidad y a la latencia de cada libro. Temía a la inasibilidad del cambio.
En cada lado del hexágono, un ábside, una estantería, a un lado de la estantería, un espejo, siempre, obligatoriamente.
Yo, siempre había supuesto que el espejo era una forma de mantenernos asidos a la realidad previa. Digamos que para los seres apropiados, era una especie de cabo de vida que les devolvía rumbo e identidad.
A otros, a los extremistas, les permitía la anticipación de la muerte, su muerte. Creo que ese era el sentido general de ingresar al edificio. Una especie de…

homicidio voluntario, un saber que voy hacia ti, yo voy, a mudar,
donde cada ingreso era mucho más que otra vez. Cada vez era única, cada vez única, el fin del mundo. Para ser preciso, no cabría apelar al secuencial “cada”, pues no existía correlación entre todos los ingresos. Que una vez sea única, garantiza miles de otredades, multiplica la otredad.

Y ese era el centro de mi desacuerdo con Bioy.
-“Estar frente al espejo, multiplica, repite, clona o simplemente arraiga e introyecta un otro creado en un reflejo exterior?”-. Un infinito salir o un preciso ingresar, una reunión, re-unión, reificación. Y ese par de fuerzas opuestas, separadas, paralelas, mantenían en movimiento al sistema, generaban la energía motora que enciende la Biblioteca.
Sabía de varios que nunca miraron al espejo al salir del ábside y desaparecieron simplemente por extinción… En la alta Edad Media, aún en presencia del temor réligo, les buscaron apelativos como el de “alma en pena” que antiguamente devenía del griego φάντασμα y luego del latín phantasma.
Pero todos encerraban un extravío, un ya no ser, un ya no ser yo ni quién era, un ESPECTRO. Sabía de varios que nunca se miraron al salir, al pisar la calle. Y hoy pululan como EX-PECTOS.

Y como había abandonado mis creencias, como había abandonado la fe, sólo me rescata la cópula, la placentera, aquella que me hace aflorar esa parte animal del instinto que vive subsumida tras la razón. Rescata la parte genética e irracional de la emoción que habitualmente espera su turno lívido.

- hace tiempo que abandonamos la cópula reproductiva?- le pregunté.
- No – sostuvo Bioy, y pensó – hace tiempo, las miles de reproducciones finitas dejaron de mirarse al espejo como modo de retorno. Hace tiempo que cada vez dejó de ser única, hace tiempo que vagan sin identidad.-
-creo que en realidad, lo que ha dejado de ser, es el traspasar la puerta del hexágono. Creo que se ha clausurado la capacidad que la lectura nos pueda extraviar- intenté abogar de manera indultativa.

Ya no poseemos la capacidad de usar los espejos como rescate. Ya ni siquiera nos extraviamos pues ni tenemos adonde regresar.

El hecho se produjo hará unos cinco años.
Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal.

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