viernes, 30 de diciembre de 2011

“LA ORATORIA DEL YO” por Beatriz Sarlo.



Hace bastante tiempo, por lo menos después de la derrota por la resolución 125, fue evidente para quien quisiera reconocerlo que el kirchnerismo no era pura imposición caudillesca ni puro reparto de planes sociales, sino que estaba colocando las piezas de un armado cultural. La Presidenta llama a estas operaciones “relatos”. Dicho de manera más sencilla, fue la organización de una serie de argumentos.
Dispositivos en red
A fin de esquivar la palabra “relato” usada a troche y moche (desde Cristina Kirchner a Florencia Peña), algunos describimos, entonces, un conjunto de dispositivos, que no responden a una dirección central pero cooperan en red: simbología de los actos públicos, canciones, videos y films, programas de televisión, artistas populares devenidos kirchneristas y una expansiva plataforma de medios público-estatales, además de los innumerables blogs, las páginas en Facebook, las cuentas de Twitter y los comentaristas aficionados o rentados (hay versiones en todos los sentidos) que hacen militancia virtual en los foros de los diarios.
El peronismo fue un movimiento fértil en historias movilizadoras, narraciones morales y políticas para uso escolar y popular. La mejor de ellas, la más persuasiva, La Razón de mi Vida, ofreció a centenares de miles de argentinos un argumento que explicaba de qué lado estaba el saber y la estrategia (el general Perón); de qué lado estaban los afectos y la disposición al sacrificio (Eva Perón y el pueblo); y de qué modo uno y otros se necesitaban para fundirse en la totalidad que producía una transformación milagrosa. La lealtad y la incondicionalidad eran las virtudes cardinales.
Después vinieron muchas otras historias, mientras el líder estaba en el exilio y el pueblo luchaba para su regreso. Ese esquema sencillo fue, efectivamente, una matriz de relatos que articularon acciones arriesgadas de héroes conocidos o anónimos, desnudaron traiciones, dieron sentido a las cosas en un mundo popular que había quedado desarmado, a la expectativa, resignado nunca.
No me refiero ahora a relatos de esa tenacidad ni de ese coraje, relatos de quienes estaban fuera del Estado, proscriptos, tachados de la vida. Más bien, desplazo la palabra “relato”, que se ha convertido en un lugar común un poco hipnótico (¡ah, el relato!). Quiero pensar el discurso, que no es siempre un relato pero que también explica las cosas, porque, como el relato, tiene argumento y organiza el campo de los buenos y los malos, de los extorsionadores y los huelguistas con derecho, de los ahorristas y los que dan golpes de mercado, de los oligarcas y de quienes defienden la “mesa de los argentinos”, de los medios concentrados que no vacilaron en negociar con la dictadura y apropiarse de niños y de los medios estatales que no vacilan en ser medios oficialistas.
Con estas oposiciones se pueden construir argumentos según diversos géneros de discurso (el relato, la exposición, la diatriba, el mensaje sencillo y sentimental, la prolepsis o visión de futuro, etcétera.). La verdad de esas oposiciones depende de la historia y de la política. A riesgo de que se me acuse de silenciar esa verdad, pido permiso para referirme a otra cosa. Pero no olvido que hay extorsionadores, que hay corruptos en casi todas las veredas, que hay intereses concentrados en el capitalismo industrial y en el periodístico, que muchos negociaron con la dictadura. La aclaración sirve como reconocimiento de la eficacia del discurso kirchnerista, que no deja hablar en tanto primero no se rece esta oración, como si hiciera falta decir todo, todo el tiempo, como si cada uno no tuviera su historia y su expediente en manos de Icazuriaga o de algún otro servicio.
El discurso CFK
Cristina Kirchner cree en la capacidad performativa del discurso. Brevemente, su “teoría” es así. Las palabras son fuerzas materiales. Conocemos no porque tenemos lenguaje, sino que el lenguaje mismo crea las cosas, las hace surgir de la nada y las pone en el mundo. Por el solo hecho de decir algo, la acción se realiza. Lo que dice que se va a hacer, o lo que se alega que se hizo, se da por sucedido. El discurso no está sometido al control de la realidad. Hechos reales y proyectos, logros y propósitos se mezclan, como si pertenecieran al mismo registro. Cristina Kirchner hace real lo que pronuncia, no porque cumpla sus promesas invariablemente, sino porque sus promesas dejan de ser promesas en el momento mismo en que las enuncia: “yo digo” equivale a “yo hago”.
Cristina Kirchner tiene una fe ilimitada en la palabra. Por eso considera que cuanto menos se divida el discurso entre varios, mejor. Lo óptimo es que hable uno solo, ya que los poderes desencadenados por la palabra son tan, pero tan performativos, que es preferible que respondan a una voluntad no solamente unificada sino única.
El unicato de Cristina Kirchner podría explicarse por este curioso argumento: considerando que las palabras son fuerzas materiales que desencadenan inmediatamente hechos o, incluso, los reemplazan, lo mejor es que un solo comando centralice esa fuerza. La disensión o el debate no son simples modos oratorios. Enunciar el desacuerdo equivale a actuarlo. Los que están en desacuerdo no exponen simplemente sus diferencias sino que las realizan. El desacuerdo es siempre una amenaza.
Esta visión simple del discurso es notablemente eficaz. De todos modos, salvo en un mundo de locos, el discurso performativo debe ofrecer algunas pruebas materiales. No es posible macanear en continuado. El poder del discurso performativo depende de una mezcla equilibrada de hechos reales e invenciones. Por ejemplo: hay asignación universal a la infancia, pero no es universal, aunque se discurre como si ya fuera universal. El discurso performativo se aproxima a la realidad por exageración de una parcial realidad existente.
Yo monumental
El discurso de Cristina Kirchner se autoriza a sí mismo por una retórica especular y personalista. Vibra con una primera persona que repercute como un martillito: “yo siempre pensé”, “yo siempre digo”, “yo eso lo conozco”. Ese Yo monumental, que piensa y dice, da a entender que no hay otra autoridad intelectual o política que pueda comparársele ni, mucho menos, contradecirlo (para los contradictores, el sarcasmo). Lo que ese Yo siempre pensó vale porque siempre lo pensó ese Yo. Ahí se cierra el círculo.
No hay tradiciones políticas anteriores a las que hacer un reconocimiento, ni siquiera Perón que, últimamente, ha sido señalado como un gobernante que no se preocupó por incorporar el derecho de huelga a la Constitución del ’49. Perón, ese hombre a quien propios y ajenos le reconocen o reprochan el lugar otorgado a los sindicatos, ha pasado a ser un retardatario en términos del constitucionalismo social. Y, por si esto fuera poco, a Cristina Kirchner, una universitaria peronista, no se le movió un pelo cuando se refirió de manera imprecisa a la Constitución redactada por Sampay (un clásico de su movimiento).
A diferencia de Obama, gran orador según la bibliografía, en cuyos discursos resuenan los ecos de los grandes del pasado (desde Lincoln a Martin Luther King), el Yo cristinista es una criatura nacida del parto de una virgen. Salió entero de su cabeza. A diferencia de Hugo Chávez, otro gran orador en la tradición latinoamericana, que siembra las piedras blancas de sus antecesores cada vez que habla, Cristina solo siembra el clon de Cristina, la “arquitecta egipcia” (como últimamente se ha autodesignado), que construye incansablemente su propia pirámide.
Hay una excepción. Todos los lectores están pensando en Él. Pero Él es una ausencia. Y además, Él no fue un gran orador, no fue un orador citable; no compite. Esa ausencia tiene una dimensión exacta, que Cristina Kirchner maneja extraordinariamente: brisa del Sur, invisible aparecido en los actos solemnes o festivos del Estado. Alojado bien lejos, en ese cosmos intemporal donde están Dios y la Patria, como lo expresó la Presidenta en su juramente “Si así no lo hiciere que Dios, la Patria y Él me lo demanden”. Tal juramento no acerca a Kirchner a este mundo. La Presidenta, sola en su renovada majestad, se somete a su juicio, como se somete al del Supremo y al de la Patria: entidades abstractas. No ha jurado por Kirchner, sino que lo ha colocado en el lejano lugar del juez que pocas veces, en realidad nunca, interviene en los asuntos terrenales. Jurar por Kirchner, como jurar por los desaparecidos, es asumir el compromiso ante iguales que han muerto. Ponerlo en el lugar de los demandantes, allí donde en el juramento clásico están Dios y la Patria, es reconocer definitivamente que está fuera de juego. Viento patagónico o sombra, cuya fuerza depende de quienes sean los cultores.
600 discursos
De cosas como estas se trata cuando se habla del “discurso”. No es simple decidir, además, si Cristina Kirchner es una oradora sobresaliente, como lo indica una opinión casi unánime de partidarios y opositores. Me temo que voy a hacer algunos señalamientos que matizan esa unanimidad. La Presidenta ha pronunciado en cuatro años más de 600 (seiscientos, repito: tiemble Chávez) discursos, clasificables en tres grupos: discursos socioeconómicos, inauguraciones de obras o proyectos de obras y discursos culturales.
El primer grupo es el más coherente en términos de argumentación. A él pertenecen los discursos atiborrados de cifras y de fórmulas tipo “cadena de valor” o “industrializar la ruralidad” y, después de la última incursión en el G-20, “capitalismo anárquico”; en este grupo también están las advertencias más severas a la corporación sindical y alguna que otra reconvención a los industriales. Son la prueba más fuerte de quienes piensan que la Presidenta es una gran oradora. En efecto, es una solvente expositora de matriz desarrollista, industrialista, que confía en el crecimiento del mercado interno y de las exportaciones (por eso, con delicada coherencia, le dio a Moreno las dos áreas).
El segundo grupo se caracteriza por un discurso menos tecnocrático, aunque sigue la prédica desarrollista-industrialista y subraya el ideal del “bienestar de todas y todos”. Relumbran las cifras, a veces desordenadas y exageradas. Sube el fervor nacionalista. Se alternan anécdotas, motivadas por conversaciones previas con algún asistente o recuerdos emocionados de la Presidenta. Nunca faltan algunas declaraciones de principio (“soy fanática de…”, “me siento orgullosa de…”). Estos discursos tienen un público menos calificado, obreros de un parque industrial, alumnos de una escuela técnica, vecinos del Gran Buenos Aires, o todos juntos en teleconferencia.
El tercer grupo es francamente inferior en calidad. Los discursos de tema cultural o histórico-cultural muestran a Cristina Kirchner en el momento más débil de su performance. Ejemplo es su intervención en un foro-mercado de cine: “A mí que me fascina la imagen; en la cultura grecorromana, la imagen formaba parte de la cultura y vale más que mil palabras”. A pesar de confesarse “una cinéfila terrible, extrema”, deambula por el cine argentino sin mencionar a Leonardo Favio; por supuesto, de Pino Solanas, que filmó la saga peronista y a Perón mismo, ni una letra, pero allí hay simplemente inquina; tampoco Jorge Cedrón, el director de “Operación masacre”. Convengamos que alguien de tradición peronista, que se olvida de Leonardo Favio y menciona en cambio a Amadori y Zully Moreno (“¡divina!”), está floja en la materia. En el rubro cultura peronista de izquierda, la Presidenta tiene que revalidar el certificado de estudios. Sería prudente que no hable con tanta autoridad de lo que no sabe.
También hace una ensalada cuando, en Vuelta de Obligado, se pone en la obligación de explicar la historia europea de principios del siglo XIX y las guerras civiles argentinas. Y se aleja vertiginosamente de cualquier dato histórico al finalizar con este paralelo improbable: “Que la equidad, la igualdad y la libertad lleguen a todos los argentinos, como quería Rosas”.
Cuestión de autoridad
Nadie le pide que conozca cine nacional o historia. Sobre lo que no sabe, un orador razonable se asesora o sigue un guión, disciplina inaceptable para ella que experimenta la omnipotencia del saber como si siempre pasara por allí una cuestión de autoridad. El que pregunta pierde. Pero el que se equivoca pierde dos veces.
Todo esto sería completamente secundario si no fuera por dos razones. La primera es que no hay que exagerar virtudes. Si no se las exagerara, nadie perdería el tiempo en discutirlas. La segunda es que la gran oratoria de Cristina Kirchner se desarrolla a través de un formidable aparato de propaganda que comienza en la misma Presidenta.
Y se toca así una última cuestión. Como todo discurso, el de Cristina Kirchner está sostenido no solo por lo que dice sino por lo que calla. El poder se ejerce casi fundamentalmente en el área de aquello de lo que no se habla. La inflación, por ejemplo, que la Presidenta no menciona nunca. Los topes que se quiere poner a las negociaciones salariales, que evitan una fórmula de muy mala prensa: el salario convertido en variable de ajuste antiinflacionario. La destrucción del INDEC, realizada justo durante la presidencia de alguien que se declara “fanática de la ciencia y la tecnología”. Se reconoce, con justicia, la muy buena política científica del Conicet y se calla la execrable falsificación de datos públicos del INDEC.
El poder permite esos silencios. Hay otros: se habla de la disminución de la pobreza (con índices inseguros) y del aumento del consumo; se calla que la redistribución del ingreso no ha cambiado. Se habla de las industrias, se calla sobre la minería a cielo abierto, que no parece ser una cuestión de agenda. Se habla de producción, no se habla de energía ni de transportes, de los trenes que se prometieron para antes de ayer. Se habla de equidad, no se habla del sistema impositivo que distribuye hacia arriba.
Más que palabras, el poder es organización imperceptible, indiscutible e inapelable, del silencio.

sábado, 24 de diciembre de 2011

"CUANDO VINIERON POR MI..." por Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller

en camino hacia el oscurantismo...


Cuando los nazis vinieron por los comunistas
me quedé callado;
yo no era comunista.
Cuando encerraron a los socialdemócratas
permanecí en silencio;
yo no era socialdemócrata.
Cuando llegaron por los sindicalistas
no dije nada;
yo no era sindicalista.
Cuando vinieron por los judíos
No pronuncié palabra;
yo no era judío.
Cuando vinieron por mí
no quedaba nadie para decir algo.

sábado, 17 de diciembre de 2011

"MONTONEROS, LA SOBERBIA ARMADA" por Pablo Giussani. QUINTA ENTREGA.

Con el debido respeto y la latente actualidad que tienen las reflexiones de Pablo Giussani, intentaré embarcarme en la entrega de este soberbio libro, que aunque ya tiene casi treinta años, devela porque la Argentina es la Argentina de hoy.
Retóricas, discursos, juegos dialecticos de "rebeldes" a quienes el traje de "revolucionarios" les quedó inmenso.
Los manejos de Perón, Mussolini y un grupo de aburridos burgueses jugando a ser desafiantes con "los padres" y luego llorando por el reto recibido.

Reconstruyamos nuestros pensamientos con la valentía de ponernos en duda y de dialogar con nuestras miserias humanas.

Darío Yancán.





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El maoismo fue en sus momentos de mayor estruendo un tesoro de tales subterfugios, y no era casual la popularidad que cosechaba en los cafes estudiantiles de Occidente, luego de rebotar contra las fabricas. De Mao extrajo la clase media formulas preciosas para preservar en secreto su propia identidad social bajo la apariencia de estar haciendo todo lo contrario.
La de mas exito fue la celebre sentencia del caudillo chino sobre la necesidad de que la guerrilla logre moverse en medio del pueblo como el pez en el agua. Cualquiera que haya sido el contenido que quiso dar Mao a esta aseveracion, lo cierto es que el mensaje recogido de ella por millares de jovenes acomodados con afanes revolucionarios fue el de una revolucion susceptible de ser encarada como diferenciada tarea de los peces, con la masa degradada al destino menor de ser agua, mera circunstancia.
El detalle de que esta historia del pez y del agua figurara entre los leitmotivs montoneros solo formaba parte de la naturaleza de las cosas.
Un revolucionario concibe la revolucion como un maremoto, con el agua de protagonista. Pero el extremismo revolucionario de clase media encuentra en la sentencia de Mao la posibilidad de concebirla como una distinguida hazana natatoria que se sirve del agua para sus propias acrobacias.
Porque asi como cada paso del caminante instaura una relacion de uso con el camino, cada aletazo del pez es un uso que se hace del agua, la instrumentacion de un objeto por un sujeto.
La sentencia de Mao acaba asi por dotar de legitimidad revolucionaria al pathos senoria y distante de ciertas aristocracias guerrilleras latinoamericanas, incluida en primer termino la montonera, cuya aparente busqueda de inmersion en la masa permanecia aferrada a esa relacion de sujeto a objeto, en la que hasta los ademanes de generosidad escondian intenciones utilitarias.
La logica de las operaciones de comando, que esparcian dadivosamente sobre los humildes donaciones tales como el triunfo regalado desde afuera a los trabajadores de Propulsora Siderurgica o los viveres distribuidos entre hogares obreros en trueque por la vida de un industrial cautivo, promueve de hecho en el hombre comun no una vocacion de protagonismo combativo, sino una pasividad entre agradecida y temerosa, que se cifra en presenciar un protagonismo ajeno sin correr con la información a la policia. En esto consiste, sustancialmente, ser agua. Se trata, en rigor, de un juego tramposo y ambivalente, que hacia del montonero un individuo de doble personalidad. Habia, para decirlo con lenguaje hegeliano, un montonero para si, que en teoria apuntaba a estimular la combatividad de masa, y un montonero en si, que en la practica se orientaba a frenarla, llevando al hombre comun a declarar en suspenso su propia combatividad para delegarla en los portentosos nibelungos.
Atrapado por esta dualidad, el montonero se sentia incomodo e inseguro cada vez que su declarado afan de inmersion en el pueblo se orientaba hacia la fabrica, hacia el obrero sindicalizado y entrenado en una tradicion de lucha que no lo predispone a cumplir el acto de la delegacion. Con mayor desenvoltura se encaminaba hacia las franjas marginales de la masa, mas expuestas a resultar objetos de una relacion instrumental y paternalista. El correlato social del montonero en el seno de la masa era, definitoriamente el villero19.


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Cuando murio Peron, en julio de 1974, no era dificil identificar a los montoneros en las inacabables colas de la gente que esperaba su turno para desfilar junto a los restos del lider en el edificio del Congreso. Eran colas de gente comun, en su mayor parte vivos retratos de lo que Eva Peron describia
como “ los humildes”: ancianas llorosas, mujeres con sus hijos en brazos, trabajadores silenciosos, reclinados contra las paredes o sentados en los bordes de las aceras, a la espera del momento en que
les tocara avanzar unos metros mas en esas filas que se movian con desesperante lentitud, alternando
breves desplazamientos con largas pausas.
Algunas columnas montoneras insertadas en las colas contrataban con el comportamiento general de la multitud, saliendo marcialmente de cada pausa bajo las ordenes de un virtual sargento que les gritaba: “! Companiaaaaaa....de frenteeee..... aaaaarrrr!”. En medio de la doliente muchedumbre civil que avanzaba en desorden y arrastrando los pies, los jovenes guerreros marchaban hacia el cadaver ilustre en formacion de combate.
La conducta militar montonera delataba aqui toda su significacion secreta al ejercitarse en una circunstancia en la que era del todo innecesaria. Quedaba a la vista que su naturaleza, en el fondo, no era funcional sino expresiva. Daba cuenta de un rango, de un estamento, o de un grupo humano que tenia una conciencia estamental de si mismo. La muchedumbre, aparentemente homogenea en las pausas, se estratificaba de pronto en los momentos de marcha, con aislados parches de gallardia marcial recortados sobre ese doliente oceano de pies arrastrados.
El militarismo montonero era no solo una estrategia que concebia la revolucion como una operacion militar, sino tambien un estilo, una liturgia, una manera de vivir. Saludos militares, taconeos militares, uniformes militares, y un lenguaje que plagaba de jerigonza militar hasta la planificacion de una “volanteada” eran, en verdad, maneras de discriminar la propia naturaleza sobre el despreciado trasfondo de la muchedumbre civil.
Cuando en 1976 la organizacion montonera resolvio convertirse en “ partido”, muchos interpretaron esta decision como un primer paso hacia la superacion del militarismo. Pero ocurrio todo lo contrario. Bajo el nuevo nombre, las relaciones organicas internas del grupo perdieron de hecho lo poco que tenian de articulacion politica para asimilarse del todo a la organicidad propia de un cuerpo militar.
La obsesion por subrayar el propio profesionalismo castrense llego al paroxismo en el exilio, otra de esas circunstancias en las que, como en el velatorio de Peron, la inutilidad de los comportamientos militares dejaba en evidencia sus motivaciones profundas.
Ya en medio de la diaspora, con un cuartel general que deambulaba entre Roma, Madrid, Ciudad de Mexico y La Habana, la conduccion montonera reglamento internamente el uso del uniforme, estilizo el saludo, codifico el lenguaje que debia utilizar cada “oficial” para dirigirse a sus superiores. El ritual militar alcanzaba su maxima expresion en las reuniones del exiliado Consejo Superior montonero, que ahora debia sesionar con sus miembros ceremoniosamente uniformados, un requisito cuyo cumplimiento debia sortear algunos problemas desconocidos en los ejercitos convencionales, entre ellos el patetismo de acudir al lugar de cita en autobuses romanos o taxis madrilenos con el paquetito del uniforme sobre la rodillas.
El militarismo revolucionario era, con sus grandes fuentes internacionales de prestigio, como la revolucion cubana o el general Giap, la manera mas apropiada de resolver la contradiccion entre la consigna de inmersion en la masa y el escondido afan pequeno-burgues por retener niveles jerarquicos sobre ella. La propia estructura de montoneros subrayaba esta necesidad de autosegregacion, con una cupula militar organicamente cerrada y una escala descendente de agrupaciones o frentes de masas que les estaban subordinados.
Habia cierto pitagorismo en este aparato, cuya naturaleza era bastante parecida a la de las antiguas ordenes mistericas, con sus sucesivos niveles de iniciacion. Se trataba de una sociedad secreta organizada en circulos concentricos con distintos grados de acceso a las sagradas verdades de la cumbre. Hasta parecia por momentos que habia una ideologia para cada circulo.
En el enclaustrado circulo central se profesaba una ideologia que sus cultores llamaban marxismo-leninismo y que asumia al peronismo desde un angulo exterior a el como un gran potencial humano en disponibilidad. “ El peronismo es una emocion ideologicamente vacia”, me dijo en 1975 un miembro de ese cŕiculo. “ Nuestra tarea es la de inyectar ideologia en esa emocion”.
El circulo siguiente era el de las agrupaciones, insertadas en distintos frentes de trabajo- las universidades, los colegios, los sindicatos, las villas- y provistas todas ellas de una ideología intermedia entre el peronismo historico y la sabiduria marxista de la cupula: un “ peronismo revolucionario”. Se daba por supuesto en este nivel que el peronismo contenia virtualidades y potencialidades revolucionarias, impedidas hasta entonces de manifestarse por la “ traicion” de la burocracia o por lo que en una admision tardia se solia llamar los “ errores” de Peron. La mision del peronismo era la de sacar esos contenidos a la superficie.
Un tercer circulo fue durante cierto periodo el Partido Autentico, al que se asigno una ideología no muy distante del peronismo a secas. El supuesto que parecia admitirse en este nivel era que el peronismo historico tenia explicita y no solo potencialmente contenidos liberadores, desvirtuados mas tarde por dirigencias acomodaticias que ignoraban o falsificaban ordenes de Madrid. “ Nosotros queremos recatar la pureza doctrinaria del peronismo” dijo en 1974 un dirigente de este circulo durante una reunion con periodistas, en una aseveracion, que distaba bastante de aquel peronismo ideologicamente yermo visualizado desde la cupula.
La estratificada sociedad de la antigua India, con su rigida division en castas, presento también en algun momento- antes de la reforma del hinduismo monastico- una parecida diversificacion religiosa ajustada a su jerarquizacion social, con un abstracto monoteismo para la casta brahamanica de la cumbre y una muchedumbre de divinidades sanguineas y populacheras para los parias. Montoneros parecia reproducir vagamente en su seno esta religiosidad escalafonaria, con Lenin para la cupula y Peron para la plebe.
Los montoneros utilizaban bastante el concepto de centralismo democratico para justificar la verticalidad de su estructura organica, encabezada por un aparato militar en funciones de mando. Pero
en los hechos poco o nada habia de la elaboracion colectiva que constituye, por lo menos teoricamente, el fundamento de este tipo de organizacion partidaria.
Las formalidades exteriores del centralismo democratico eran observadas mediante documentos de la conduccion que descendian a las bases hasta el nivel de las agrupaciones, para ser sometidos a supuestas sesiones de discusion politica. Pro en la practica estas sesiones no eran puntos de rebote a partir de los cuales el documento volvia a la cupula enriquecido con observaciones, inquietudes aportes de la militancia. “ se trataba de simples examenes orales en los que solo se buscaba verificar si habiamos entendido el documento”, me dijo una militante de agrupacion, ahora alejada del movimiento.
Aun en el seno de la propia cupula montonera era de rigor esta rigida articulacion entre ordenes de arriba y obediencias de abajo, denunciada luego con feroz rencor por el grupo disidente de Juan Gelman y Rodolfo Galimberti ( ambos indultados por Menem por los crimenes cometidos- N. del R.) El caracter militar de la organizacion asimilaba sus decisiones a los mecanismos de la verticalidad castrense, identificandolas con el poder de mando concentrado en la oficialidad superior. 20


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La gestacion de las decisiones montoneras fue siempre un misterio para mi. . Que mecanismos entraban en funcionamiento para elaborarlas? . En que nivel se producian y con que grado de apertura a la participacion de los cuadros inferiores? . habia alguna diferencia organica e institucionalizada entre las instancias de decision estrategica y las de decision tactica?
Estos interrogantes tienen su importancia, pues de las respuestas que se les de dependera en gran medida la definicion politica y cultural del grupo a proposito del cual se la formula. Algunos ejemplos pueden ayudar a precisar el problema.
Paco Urondo, quien podia ser considerado un cuadro intermedio de cierto relieve en su condicion de oficial montonero, fue designado a mediados de 1973 comisario politico de la organizacion en el diario Noticias, cuyo lanzamiento estaba previsto para el 17 de octubre de ese ano.
A tal titulo, me cito un dia para ofrecerme la secretaria de redaccion del rotativo. Sorprendido, le recorde mi actitud critica ante la trayectoria pasada de montoneros, aunque manifestandome al mismo tiempo disponible para cambiar eventualmente de opinion a la luz de las expectativas generadas por la organizacion con el nuevo curso legal que parecia haber emprendido tras el ascenso de Campora a la presidencia. En definitiva, le dije que no podia adoptar una decisión final ante el ofrecimiento sin una previa discusion politica en profundidad que me aclarara la naturaleza
del proyecto a cuyo servicio se planeaba lanzar el diario.
Paco estuvo de acuerdo y la solicitada discusion tuvo por escenario, dos semanas mas tarde, la sobremesa de una cena que compartimos en mi casa. Concluido el postre, Paco y yo quedamos solos en la antecocina donde habiamos comido, luego que mi mujer arriara a los demas comensales hacia otras dependencias. Nuestra conversacion, abundamente asistida por dos botellas de vino y una de whisky, se interno en la madrugada hasta una hora que el alcohol margino de mi memoria.
Recuerdo un tortuoso silogismo que me paso por la cabeza mientras el dialogo se aproximaba a su black-out final: Ningun guerrillero responsable se emborracharia con un extrano en tiempos de guerra; Paco esta borracho; ergo: los montoneros han optado por la paz.
Esta conclusion, por otra parte, parecia corroborar de alguna manera el largo discurso que acababa de escucharle a Paco, y que en sustancia subrayaba una supuesta opcion estrategica ya adoptada por los montoneros en favor de la actuacion legal. La guerra habia quedado atras, y se trataba ahora de consolidar el recobrado ordenamiento constitucional reemplazando las armas con la actividad legal.
La argumentacion no me convencio del todo. La actividad politica aparecia en ella como una linea de accion “ priorizada” en la nueva etapa sobre la militar, que resultaba degradada en la escala de las prioridades montoneras, pero no abandonada. Pero de cualquier manera me conforme con la idea de que estaba en presencia de un grupo en transformacion, cargado aun de residuos militaristas destinados a desaparecer una vez que la transfiguracion se completara. Al dia siguiente comunique a
Paco mi decision de aceptar el cargo.
Muy pocos dias despues, los montoneros asesinaban a Rucci, en una operacion cuyas posibilidades de calzar en el todavia fresco discurso de Paco eran tantas como las de hacer caber un
elefante en un dedal.
Otro ejemplo. En 1975, yo habia comenzado a escribir en el diario La Opinion una serie de notas pesadamente criticas sobre Montoneros, con las que creo haber contribuido a movilizar en algunos miembros del grupo procesos intimos de revision que acabaron por alejarlos de la organizacion.
Un oficial montonero de rango similar al de Paco me visito un dia en la redaccion del diario y me invito a “ discutir politicamente” los temas tratado en mis articulos. Me halago, confieso, la idea de que la organizacion creyera tener razones suficientes para intentar disuadirme de insistir en mis criticas.
Acordamos almorzar juntos al dia siguiente en un restaurante de la calle Lavalle, con lo que me tocaria participar de una segunda sobremesa politica muy parecida, formal y sustancialmente, a la anterior.
Mis articulos habian subrayado la incongruencia entre la decision montonera de retornar a la lucha armada y los posteriores esfuerzos de la organizacion por abrir espacios legales para un partido politico ostensible y casi declaradamente ligado a la guerrilla.
En uno de los articulos me preguntaba que insondable tipo de estrategia podira ocnciliar la campana entonces en curso por lograr el reconocimiento legal del Partido Autentico y las paralelas jornadas de piromania escenificadas por los montoneros en las calles de Buenos Aires, con acciones que incluian desde el incendio de dos bares reputados como simbolos de la oligarquia y la destrucción de casi un millar de lanchas de paseo en el Tigre.
Mi interlocutor de la segunda sobremesa explico que el retorno montonero a la clandestinidad habia sido una necesaria medida de seguridad ante el aumento de la represion, pero que este paso no implicaba una renuncia a la actividad politica legal. Se trataba, por el contrario, de posibilitar la accion
politica garantizandole un mayor marco de seguridad.
En este sentido, me aseguro que Montoneros estaba siguiendo una linea de accion que privilegiaba de un modo absoluto la actividad politica y que para no perturbar su desarrollo se había resuelto limitar el uso de la violencia a unas pocas operaciones menores de “ apriete” que en ningún caso excederian el nivel de la bomba molotov, es decir, del disturbio callejero mas o menos pesado.
Con el concepto de “ apriete” 21 explico y justifico finalmente el incendio de los bares y de las lanchas en el Tigre, afirmando que con operaciones de este tipo solo se pretendia advertir al gobierno y a los militares sobre lo que podria ocurrir si se cerraban las vias legales para la actuacion del Partido Autentico.
Pocos dias despues de esta conversacion, los montoneros entraron en operaciones contra las fuerzas armadas por primera vez desde el ascenso de Campora a la presidencia, en una rápida escalada de violencia que incluyo el intento de sabotear un buque de guerra, la voladura de un avión militar cargado de gendarmes y finalmente el asalto a la guarnicion de Formosa.
Son dos ejemplos de una discursividad montonera en la que no hay cabida imaginable para los actos montoneros que le siguen. Y podria citar otra docena de ejemplos similares. . Que conclusión puede extraerse de ellos?.
En ambos casos, los actos eran de una magnitud que no permitia incluirlos entre las opciones tacticas previsibles a partir de los discursos que los precedieron. En relacion con estos, encerraban un vuelco estrategico, es decir, una decision de esas que en los partidos democraticos solo pueden ser adoptadas en el nivel de un congreso. Y en ninguno de los dos casos funciono entre el discurso y el acto un mecanismo participativo equivalente al de un congreso que sancionara un cambio de estrategia.
Todos estos eran elementos de juicio que, con motivo de la operacion que acabo con la vida de Rucci, me embarcaron en inquietas reflexiones sobre mi conversacion de sobremesa con Paco. Las posibilidades eran dos: que Paco me hubiera enganado, presentandome un diseno estratégico montonero que el sabia falso en un esfuerzo instrumental por motivar mi aceptacion del cargo que me
ofrecia; o bien, que el propio Paco hubiera sido enganado.
En este ultimo caso, era de esperar que Paco recibiera el asesinato de Rucci como una amarga sorpresa, como un shock que pusiera en crisis su militancia. Pero nada pude descubrir en su comportamiento posterior que denotara algun estremecimiento en sus convicciones montoneras. . Me
habia enganado, entonces?
Creo que no. Yo estaba seguro de que Paco habia sido sincero en su exposicion de aquella noche, como lo estaria mas tarde de la sinceridad de su colega en la segunda sobremesa. Mi conclusion era que ambos se movian con arreglo a una logica distinta de la que me planteaba a mi esa disyuntiva entre creerme enganado por ellos y considerarlos enganados por terceros. Los envolvia un determinado tipo de cultura politica en el que la obediencia y la pasividad ante niveles de decision que los excluian eran asumidos por ellos como conductas que integraban el orden natural de las cosas.
Es lo que ocurre cuando una comunidad militar que no puede o no quiere dejar de serlo ingresa en el universo de la politica, trasplantando a este segundo campo de accion los mecanismos decisorios que son propios del primero.
La diferencia entre una comunidad militar y una comunidad politica radica en que la primera vive en funcion de un solo fin estrategico, que por su singularidad no esta sujeto a discusion, mientras que la segunda tiene delante un amplio abanico de fines posibles que por su pluralidad son en cambio discutibles, opinables, susceptibles de ser encarados como objetos de una eleccion.
Seria inadmisible, en el orden militar, discutir la finalidad de derrotar al enemigo. El orden politico, en cambio, se distingue por la controvertibilidad de sus fines. La instauracion del socialismo, la defensa del ordenamiento democratico, la preservacion de un sistema economico-social basado en el privilegio y el establecimiento de un regimen totalitario son, por su pluralidad, orientaciones estrategicas posibles, pero no necesarias. Es posible debatirlas, aceptarlas, repudiarlas, elegir entre ellas. Los fines de la estrategia politica son una opcion; los de la estrategia militar, un destino.
De ahi que las decisiones militares, por la singularidad e incontrovertibilidad de su fin, puedan adoptarse en la reducida intimidad de un estado mayor, sin ser por ello violatorias de expectativas, derechos o libertades de opcion en los demas niveles del aparato castrense. Las decisiones politicas, por la pluralidad de sus fines posibles, son, en cambio, violatorias de tales derechos y libertades, si el ambito de su adopcion es tambien el de un distante y cerrado estado mayor.
En Montoneros, el trasplante de la verticalidad militar al ordenamiento interno de un grupo politico tendio a inhibir todo mecanismo participativo de decision. La asuncion de las modalidades, los estilos y las practicas militares como propias de la actividad politica por parte de toda la organización genero en cada nivel de la militancia un estado permanente de disponibilidad para recibir orientaciones politicas de arriba con el mismo grado de acatamiento con que un sargento recibe ordenes de un mayor.
En toda organizacion politica, son dos las maneras posibles de encarar la elaboracion de decisiones: o la cupula actua por delegacion de la base, entendida como sujeto real de las decisiones, o bien la cupula absorbe el papel de sujeto, convirtiendo a la base en materia de instrumentalizacion y de uso. Montoneros era, por antonomasia, un caso de esta segunda variante.


19

En 1965, el entonces comandante en jefe del ejercito argentino. General Juan Carlos Ongania, pronuncio en la academia militar de West Point un discurso que, si no hizo historia, fue por lo menos en su momento la expresion mas acabada de lo que se conoce como la doctrina de la “ seguridad nacional”.
El discurso se produjo en un contexto historico cuyos componentes merecen ser senalados. En la decada anterior los estrategas del Pentagono habian pasado anos buscando la solucion de un problema cuya enunciacion podria ser la siguiente:

• Los intereses y objetivos de los Estados Unidos y de la Union Sovietica son irreductiblemente
antagonicos, y en funcion de ellos las dos superpotencias estan sujetas a las invariables leyes historicas que llevan siempre y fatalmente, en semejantes circunstancias, a una confrontacion.
• Iniciada la era del equilibrio del terror y ya en plena operatividad la estrategia de la disuasion
nuclear, un choque frontal entre ambos paises es imposible.
• . Cual sera el nuevo escenario, el nuevo conducto de este choque frontalmente imposible pero historicamente inevitable?

La hipotesis de las guerras convencionales perifericas y por procuracion – proxy wars-, planteada en la practica por el conflicto de Corea fue analizada y considerada finalmente insuficiente ante la imposibilidad de llevar el enfrentamiento por esa via a una definicion.
Henry Kissinger expuso con brillo y gran poder de conviccion la hipotesis de la guerra nuclear limitada. A su juicio, precisamente la inevitabilidad de una completa destruccion reciproca en la hipotesis de una guerra nuclear frontal a nivel estrategico abria un margen a la posibilidad de un choque nuclear frontal a nivel tactico, ya que ninguno de los contendientes podia percibir utilidad militar alguna en el rebasamiento de este plano22.
Tambien esta hipotesis fue analizada, discutida y, por ultimo, considerada tan insuficiente como la anterior para fundar sobre ella una estrategia global. Los oficiales del Pentagono estimaron que en ella era todavia demasiado grande la posibilidad de una escalada como para que cualquiera de las dos superpotencias osara encararlo como un riesgo calculado aceptable.
Entre 1959 y 1960, finalmente, se produjeron dos hechos de enorme importancia que habrían de poner fin a estas vacilaciones estrategicas en el Departamento de Defensa de los Estados Unidos:
a) El discurso de Nikita Krushov durante la conferencia de los ochenta y un partidos comunistas celebrado en Moscu en diciembre de 1960. Alli, el lider sovietico dejo fijada como prioridad de la politica exterior de su pais el pleno apoyo a los movimientos de liberacion nacional en el Tercer Mundo.
b) La revolucion cubana, visualizada con alarma desde el Pentagono como una clamorosa traducción practica, a pocas millas de las costas estadounidenses, de la estrategia delineada por Krushov.

En la confluencia de ambos acontecimientos creyeron ver los estrategas del Pentagono la primera delimitacion de un nuevo y unico teatro de operaciones para una confrontacion posible entre las dos superpotencias: la “ guerra revolucionaria”, con escenario en el Tercer Mundo, y sobre todo en el hinterland latinoamericano de los Estados Unidos.
En respuesta a la guerra revolucionaria, vista como nueva estrategia global del mundo socialista, se desarrollo en el Pentagono la elaboracion teorica de una estrategia contrarrevolucionaria como correlativa respuesta global de los Estados Unidos.
De alguna manera, se trataba tambien de una proxy war sui generis: los sovieticos delegaban su agresividad en fuerzas subversivas nativas del Tercer Mundo – particularmente de la America Latina- y los Estados Unidos delegaban su autodefensa en los correspondientes ejercitos nacionales.
Tales ejercitos fueron remodelados desde el Pentagono en funcion de esta guerra inedita. Su optica defensiva fue invertida para ser concentrada, no ya sobre un enemigo externo frente al cual hubiera que planear una defensa de fronteras territoriales, sino sobre un enemigo interno frente al cual debia encararse la defensa de fronteras ideologicas, politicas y culturales. Un enemigo sinuoso, mimetizado, infiltrado en partidos, sindicatos , universidades, dependencias de la administración publica, diarios, radioemisoras y canales de television.
El enemigo se localizaba en el comunismo, pero tambien en el liberalismo progresista que defendia el derecho de los comunistas a un espacio poltico, y en el liberalismo de centro que se mostraba permisivo con la permisividad del liberalismo progresista.
El enemigo era, abierta y subterraneamente, consciente o inconscientemente, en acto o en potencia, la civilidad.
En este marco, la defensa nacional empezaba por ser, en el militar, una rigurosa tarea de autodefinicion por contraste. El militar se asumia a si mismo, no ya como parte funcional de una comunidad nacional homogenea en su naturaleza, sino como titular de una naturaleza distinta y especifica, antagonica a la del enemigo declarado, pero tambien a al debilidad, la blandura, la indisciplina, la inconsciencia y la penetrabilidad que, en distintos niveles y con distintas gradaciones, hacen de toda la amorfa masa civil un enemigo potencial y objetivo.
Definido el enemigo como una ideologia, el militar ideologiza su propia naturaleza. Su misión no se cifra ahora solo en el manejo de armas sino tambien en la profesion y la custodia de un ideario, una cultura, una manera de ser. La defensa nacional – o la seguridad nacional- pasaba a reposar sobre un nuevo concepto militar de nacion que la hacia consistir no ya en un territorio patrio sino en un sistema de vida, una cosmovision, un repertorio de cosas en que creer y de cosas que conservar.
Frente a un enemigo solapado y ubicuo, ostensible solo a ratos y camuflado la mayor parte del tiempo bajo las mas variadas manifestaciones politicas, sindicales, culturales o recreativas de la civilidad, la defensa, la defensa nacional estriba en vigilar y aplicar correctivos a esa inestable masa civil, fijarle un destino y trazarle un camino flanqueado de signos viales de permisos y prohibiciones.
Los militares podian librar guerras convencionales desde posiciones subordinadas al poder civil. Pero la guerra revolucionaria era por definicion una contienda que las fuerzas armadas solo podian librar desde el poder, con la civilidad subordinada a ellas.
Este era, en sintesis, el trasfondo de la estrategia expuesta por el general Ongania en su conferencia de West Point. Como ultima reserva de la nacionalidad y depositarias del ser nacional, las fuerzas armadas estan llamadas a ejercer por naturaleza la conduccion estrategica del pais,
estableciendo para la tarea menor y cotidiana de la conduccion tactica un determinado repertorio de fines y delimitando un determinado margen de opciones para alcanzarlos.
Otra nocion contenida en la conferencia de Ongania era la de hacer coincidir la diversificación entre conduccion estrategica y conduccion tactica, con una articulada estratificacion entre poder militar y poder civil.
Para la seguridad nacional, la instauracion de un poder militar no era menos importante que la necesidad de preservarla y de asegurarle continuidad, ahorrandole el desgaste de una intervención directa en los primeros planos de la conduccion tactica, o sea, en el gobierno formal de la nacion.
Solo en excepcionales situaciones de emergencia debian avanzar los militares sobre los resortes del poder formal para desempenar de un modo abierto y directo las tareas de gobierno. Fuera de estos parentesis criticos, las fuerzas armadas debian permanecer replegadas en las alturas de la conduccion estrategica, delegando los subalternizados quehaceres tacticos del gobierno en un elenco permitido y pasivo de fuerzas civiles constrenidas a moverse entre las opciones delineadas por los militares 23
Bajo la vigencia de la guerra revolucionaria, la comunidad nacional quedaba desdoblada asi en un sujeto militar y un objeto civil, La pasividad civil consistia, por momentos, en desaparecer del escenario cuando sobrevenian los procesos criticos, y, por momentos, en ocuparlo como mero conjunto de piezas instrumentalizadas des los mandos castrenses.
A esta altura, la comparacion es inevitable. Suprimase de toda la descripcion anterior los nombres identificatorios, y no se sabra si se esta describiendo a los militares de la seguridad nacional o a los comandos montoneros. Unos y otros se parecen como dos gotas de agua en los contenidos faraonicos de su autoconciencia y en la manera de concebir sus relaciones rectoras, paternales, correctivas y manipuladoras con los hormigueros de la civilidad.
En nada difiere el destino asignado por Ongania a las fuerzas politica civiles como precarios delegados tacticos de una conduccion estrategica militar y el pobre papel del Partido Autentico con su congreso teleguiado de Cordoba o el de los frentes de masas entregados sin consulta previa a la voracidad de las parapoliciales por la decision militar montonera de la “ autoproscripcion”.
Gran parte de la violencia que ensangrento a la Argentina en los ultimos anos '60 y en la del '70 fue asi una contienda entre dos simetricos totalitarismos militares, que asimilaban toda actividad politica a las leyes de la guerra y que mantenian utilitariamente regimentadas a sus respectivas civilidades en el papel de escuderos.


20

En mayo de 1973, mientras Montoneros y las FAR 24 afloraban por primera vez a la superficie en las tumultuosas manifestaciones callejeras que siguieron al ascenso de Campora a la presidencia, un periodista ingles me pidio que lo asesorara en la extenuante tarea de comprender al peronismo.
“ A ver si he entendido bien”, me dijo. “ En el espectro politico interno del peronismo, Peron vendria a ser el centro. Luego esta la extrema derecha fascista representada por los montoneros, las FAR y la Juventud Peronista...”
Aqui lo interrumpi para explicarle que en esta apreciacion se equivocaba. Le dije que los montonero y las FAR eran, en todo caso radicales de izquierda, admiradores de la revolucion cubana y del general Giap. Le senale que las FAR estaban integradas incluso por grupos que se habian formado seis o siete anos antes para incorporarse a la guerrilla de Ernesto Guevara en Bolivia.
Le explique, finalmente, que todos estos sectores, agrupados en lo que se conocia entonces como la “ Tendencia”, se habian fijado como meta el socialismo, convencidos ademas de que no había otro camino para alcanzarlo que el de la lucha armada.
La conversacion concluyo con mi amigo ingles tan sorprendido de descubrir que los montoneros no eran fascistas como yo de encontrar que alguien pudiera creer que lo eran.
Y, sin embargo, reflexionando luego sobre esta charla, llegue a la conclusion de que el malentendido no habia sido casual. Mas tarde llegaria incluso a preguntarme en que medida se había tratado realmente de un malentendido. De hecho aquella reflexion fue el punto de partida de las meditaciones que aqui estoy tratando de dejar escritas.
Yo podia, por supuesto, describir a los montoneros como “ radicales de izquierda” porque conocia su trayectoria, sus documentos, su definicion de si mismos. Pero trate de imaginar que criterio de evaluacion podia aplicar una persona que ignoraba todo aquel contexto. Una persona que, como el periodista ingles, no disponia de otro dato para inferir la identidad politica de Montoneros que el de aquellas rugientes manifestaciones juveniles en las calles de Buenos Aires.
Mi amigo ingleś era un hombre de cierta edad, que habia conocido la sombria Europa de preguerra. Y cualquiera que hubiera visto las adunate fascistas en la Italia de Mussolini no podía menos de encontrar en las marchas montoneras cierta atmosfera comun, cierta afinidad con la simbologia, los lemas, el folclore de lo que fue el squadrismo italiano de la primera hora en los violentos dias que siguieron a la concentracion inaugural de la plaza de San Sepolcro, en Milan.
Recuerdo que yo mismo me vi remitido a inquietantes evocaciones al escuchar en las manifestaciones montoneras estribillos tales como:
“ Con los huesos de Aramburu / vamo'a hacer una
escalera / para que baje del cielo / nuestra Evita montonera”,
O bien:
“ Con el craneo de Aramburu /vamo'a hacer un cenicero
/ para que apaguen sus puchos / los comandos montoneros”.

Treinta anos antes, yo habia oido algo parecido en boca de los camisas negras:
“ Con la barbadi Ciccotti / noi faremo spazzolini /
per pulire gli stivali / di Benito Mussolini”.

Detras de todos estos estribillos – los montoneros y los fascistas- uno advierte el mismo esquema mental, la misma asuncion de la propia capacidad de matar, herir o humillar como fuente de jubilo y de emociones placenteras.


21

Aquel contraste entre lo que mi amigo ingles veia en la objetiva conducta montonera y lo que yo sabia de los testimonios y las definiciones que daban los montoneros de si mismos me lleva a recordar un curioso experimento llevado a efecto en los anos '60 sobre la base de discordancias similares en algunos sectores del ejercito argentino.
Al promediar aquella decada se especulo bastante en la Argentina sobre la supuesta existencia de una corriente militar “ nasserista”. Era casi imposible, sin embargo, encontrar en esos anos algún oficial del ejercito que aceptara esa definicion.
A un experto en cuestiones militares argentinas se le ocurrio entonces un test destinado a demostrar que la resistencia de muchos oficiales a declararse nasseristas no se debia a que no lo fueran sino a que ignoraban el caracter nasserista de sus propias posiciones politicas.
La iniciativa del test partia de la premisa de que uno podia ser nasserista sin saberlo. Ser nasserista significaba en los hechos abogar por determinadas soluciones concretas para determinados problemas concretos. Y el test, en consecuencia, consistia en presentar a varios oficiales una lista de preguntas orientadas a descubrir, a traves de las correspondientes respuestas, la posicion de cada uno de ellos ante un repertorio clave de problemas, pero sin explicar en momento alguno el termino “ nasserismo” ni revelar a los interrogados la finalidad del cuestionario.
Se les preguntaba, por ejemplo, si estimaban que el Estado debia controlar los resortes basicos de la economia, si pensaban que el ahorro interno debia desempenar un papel mas importante que el del capital extranjero en la promocion del desarrollo nacional y cosas por el estilo. Se sobreentendia, por supuesto, que una determinada manera de responder a tales preguntas componía de hecho el cuadro de un ideario nasserista.
Completado el test, los interrogados cuyas respuestas se ajustaban a este esquema recibían del experto que habia ideado el experimento la revelacion de su sorprendente identidad politica. Asi, muchos oficiales se descubrieron “ nasseristas” con la misma perplejidad con que el burgues gentilhombre de Moliere descubrio un buen dia que se habia pasado la vida hablando en prosa.
Recordando esta experiencia, me tengo a veces a pensar en los resultados que podrían extraerse de otro tes hipotetico basado en el mismo supuesto de la distincion entre lo que se es y lo que se cree ser, y cuyo desarrollo podria ser el siguiente:

1. Enumerar todas las actitudes, inclinaciones, necesidades, pŕactica y modalidades operativas
que han sido descritas aqui como componentes de la conducta montonera, pero sin mencionar a la organizacion.
2. Pedir luego a un observador independiente que, a partir de tales datos, identifique politicamente al sujeto de aquella conducta.

Se le presentaria asi al observador la descripcion de un comportamiento cuyos componentes serian:

• Concepcion heroica de la historia.
• Glorificacion de la accion directa.
• Necesidad visceral de la violencia como fuente de autoidentificacion.
• Asuncion festiva de la propia violencia a traves de un folclore que la exalta como motivo de placer.
• Militarizacion del propio estilo de vida.
• Un hipertrofiado voluntarismo que hace residir la posibilidad de una accion, no en la presencia de determinadas condiciones exteriores, sino en las excepcionales potencialidades de la propia personalidad.
• Visualizacion de los grandes cambios historicos como obra de minorias superdotadas.
• Vision utilitaria de la relacion entre esta minoria llamada a ser el sujeto de la historia y las masas populares.

Que identidad politica puede atribuirse a un grupo que presente tales caracteristicas? No me cabe la menor duda de que, si el test en cuestion se hiciera, el observador llamado a pronunciarse no vacilaria en identificar al grupo como “ fascista”.
Los montoneros, naturalmente, podrian cuestionar el test argumentando que los datos presentados al observador han sido arbitraria y tendenciosamente seleccionados, con omision de otros elementos igualmente identificatorios y no tan sospechosos de fascismo, como las declaraciones, las publicaciones y los documentos de la organizacion.
Y es cierto. En este test imaginario fue efectivamente dejado de lado o relegado a segundo plano todo lo que Montoneros dice de si mismo, todos los componentes del “ montonero para si”, por las mismas razones que llevaron al autor del otro test a no buscar en el “ para si” de los militares interrogados la identidad politica nasserista que se esperaba encontrar en ellos.
Un “ para si” socialista y revolucionario no es necesariamente indicativo de un “ en si” socialista y revolucionario, ni es necesariamente incompatible con un “ en si” fascista. Si pudieramos rastrear e identificar todos los componentes de lo que eran “ para si” los hombres que en 1919 se congregaron en Milan al rededor de Mussolini para fundar los primeros fasci di combattimento, encontrariamos en la mayor parte de ellos actitudes y predisposiciones mentales muy distintas de las que habrian de componer, un veintenio despues, la imagen final del fascismo.
Encontrariamos inclusive un ideario no demasiado distante del que presentaban en la década de 1970 los montoneros argentinos: aspiraciones a promover grandes reformas sociales y hasta socialistas, teorizaciones sobre la violencia como la via mas apropiada para imponerlas, y asuncion de esta voluntad de cambio en el marco de un frenetico nacionalismo que llevaba a detestar toda versión internacionalista del socialismo como una forma que hoy llamariamos “ cipaya” de subordinacion a influencias y modelos foraneos.
Cuando Pietro Nenni, en una fugaz confluencia con la marejada mussoliniana, fundo en 1919 los fasci di combattimento de Bolonia, no lo hizo impulsado por una conversion subjetiva a la “ extrema derecha”. Millares de hombres como el vivieron aquellas confusas y turbulentas experiencias del fascismo naciente como un proceso de unificacion de lo que habia sido durante la primera guerra mundial la izquierda intervencionista y patriotica, inmune a las apelaciones pacifistas del socialismo internacional; en suma, lo que en el universo ideologico de los montoneros se llamaria hoy una “izquierda nacional”.
Es de una vital importancia rescatar para la conciencia historica del proceso que vivio Europa entre las dos grandes guerras aquellos elementos de un “ para si” revolucionario que figuraban entre los moviles del fascismo original.
El cine italiano de posguerra, por ejemplo, ha desempenado a veces un papel algo confusionista en el tratamiento del “ veintenio”. Muchas peliculas italianas sobre el fascismo, pensadas y realizadas con el proposito de presentar un alegato antifascista mas que con la finalidad de precisar la verdad historica, incurren en el error de homogeneizar la naturaleza del fascismo a lo largo de toda su trayectoria. De este modo, las caracteristicas que exhibia el fascismo en 1940, ya como producto historico terminado, aparecen retrospectivamente proyectadas sobre los debutantes camisas negras de 1919 o 1920, escondiendo o ignorando asi ciertas formulas de autoconciencia revolucionaria, anticapitalista y “ antisistema” que presidieron en muchos casos la decision de ingresar en las filas mussolinianas.
Aun en 1943, cuando Mussolini acababa de fundar en el norte de italia la Republica de Salo, habia viejos fascistas de la primera hora que vivieron ese acontecimiento como un posible retorno a lo que concebian como las originarias fuentes “ antiburguesas” del movimiento.
Recuerdo haber oido como uno de ellos, al difundirse la noticia de que Mussolini habia sido rescatado de su cautiverio en el Gran Sasso por los comandos de Otto Skorzeny, comento que “ ahora el Duce, libre por fin de la traicion de la monarquia y de los plutocratas, estara en condiciones de hacer lo que debio haber hecho desde el comienzo: la socializacion de Italia”.
Otros fascistas, opulentos y no tan de primera hora, escucharon con perplejidad y reprobación el comentario, en el que afloraban, sin embargo, supervivencias de aquellos bolsones ideologicos izquierdizantes que integraban en 1919/20 el mosaico del fascismo urbano, fuentes de pasajeras ilusiones para tantos hombres como Nenni.
Ignorar estos contenidos de “ izquierda” en los momentos embrionarios del fascismo lleva a inhibir la capacidad de reconocer e identificar los germenes de fascismo que a veces aparecen alojados en ciertas formas de autoconciencia izquierdista.
El fascismo historico y final fue el desarrollo de dos o tres elementos clave que en el momento de su gestacion se hallaban insertados en un contexto ideologico que tambien incluia, confusamente, motivaciones revolucionarias. Uno de aquellos elementos, quiza el principal, era la violencia, la violencia interiorizada y convertida en estilo.
Asumida como objeto de culto, con aditamentos militares, simbologias guerreras y urgencias por crear o imaginar circunstancias que justifiquen su ejercicio, la violencia siempre es fascista, aun cuando la acompanen envoltorios de fraseologia revolucionaria.


22

Transcribo una reflexion de Uberto Eco:

“ Nos ocurre de tanto en tanto tener que explicar a otros o a nosotros mismos lo que es el fascismo. Y nos damos cuenta de que es una categoria muy esquiva: no es solo violencia, porque ha habido violencias de varios colores; no es solo un estado corporativo, porque hay corporativismos no fascistas; no es solo dictadura , nacionalismo, belicismo, vicios comunes a otras ideologías”.

A menudo corremos, incluso, el riesgo de definir como “ fascismo” la ideologia de los otros. Pero hay un componente a partir del cual el fascismo es reconocible en estado puro. Dondequiera que se manifieste, sabemos con absoluta seguridad que de esa premisa no podra surgir otra cosa que “el” fascismo: se trata del culto de la muerte.
“ Ningun movimiento politico e ideologico se ha identificado tan decididamente con la necrofilia erigida en ritual y en razon de la vida. Muchos mueren por sus propias ideas y muchos hacen morir a otros, por ideales o por intereses, pero cuando la muerte no es considerada un medio para obtener otra cosa sino un valor en si, tenemos entonces el germen del fascismo y tendremos que llamar fascismo todo lo que se convierte en agente de esta promocion.
“ Hablo aqui de la muerte como un valor que se afirma por si mismo. No me refiero a la muerte para la cual vive el filosofo quien sabe que en el trasfondo de esta necesidad, y a traves de su aceptacion, cobran sentido otros valores; ni me refiero a la muerte del hombre de fe, que no reniega de su propia mortalidad sino que la juzga providencial y benefica porque a traves de ella alcanzara otra vida. Me refiero a la muerte sentida como “urgente”, como fuente de jubilo, verdad, justicia, purificacion, orgullo, sea la causa a otros, sea la causada a uno mismo”25.
Eco trata de morder aqui sobre la especificidad del fascismo con una definicion que también desentrana -como intuyo mi amigo el periodista ingles- un componente especifico de Montoneros. Se
diria que ambas cosas comparten, al margen de las diferencias adjetivas que pudiera haber entre ellas, un factor identificatorio final que los hermana y confunde.
El componente decisivo en uno y otro caso es siempre la violencia, aunque Eco parezca descartarla por considerarla demasiado generica para peculiarizar al fascismo y prefiera localizar aquel factor identificatorio en la adoracion de la muerte. No se trata aqui de la muerte entendida como extincion natural de la vida, como ineluctable desenlace biologico, sino de la muerte “ causada a otros o a uno mismo”. Es decir, en definitiva, un acto de violencia. Una muerte que solo de la violencia extrae su significacion como fuente de “ jubilo, verdad, justicia, purificacion”, y en la que encuentra, a su vez, la violencia su expresion suprema, su mas alto grado de autorrealizacion.
Al reemplazar la violencia por la adoracion de la muerte como clave ultima de la identidad fascista, Eco solo esta diciendo que el fascismo “ en estado puro” no se define por una violencia a secas – categoria que puede incluir la del partigiano, por ejemplo-, sino por la violencia “plena, llevada a su variante extrema -el homicidio- y asumida en este nivel como sustrato no ya de un valor utilitario y practico, sino de un valor inmanente y absoluto.
Esta violencia cargada de valores propios, que encuentra en la muerte la joie de vivre, es la que uno reconoce en el folclore, la tematica, el estilo y la cultura de los montoneros. Un estribillo como “oy, yo,oy, que contento estoy. Aqui estan los montoneros que mataron a Mor Roig”, solo puede emanar de emociones fascistas.
De ahi que resulte incorrecto, en ultimo analisis, intentar juicios criticos acerca de los montoneros a partir de las clasicas apreciaciones sobre la legitimidad o ilegitimidad de determinados medios para alcanzar determinados fines. Decir, por ejemplo, que los montoneros son condenables porque sujetan su conducta al principio de que “ el fin justifica los medios” significa acreditarles una opcion por la violencia en el plano de los “medios”, lo que implica, a su vez, dejar a salvo el credito de su declarada opcion por el socialismo en el plano de los “fines”. Y no es exactamente este el caso.
Recuero haber disentido sobre el tema en una conversacion con Ernesto Sabato, quien formulo a proposito del comportamiento montonero un juicio de rechazo planteado precisamente en términos de aversion a la idea de que el fin pudiera justificar los medios. Le dije que, a mi parecer, este juicio no se adecuaba a la naturaleza de la cosa juzgada, ya que en el caso de los montoneros estabamos en presencia de algo mucho mas terrible: una conducta en la que el medio justifica el fin.
Me pregunto cual habria sido la reaccion de los montoneros si en 1973 cuando el guerrillerismo argentino vivia su momento de mayor euforia, hubiera sido posible demostrar matematicamente, con el mismo grado de rigor e incontrovertibilidad con que puede demostrarse el teorema de Pitagoras, la
existencia de una via pacifica hacia el socialismo, la posibilidad de acceder a un ordenamiento socialista sin golpes de mano, operaciones de comando, secuestros sensacionales, asesinatos espectaculares, llamamientos a la guerra popular y exhibiciones de ametralladoras.
Si fuera posible apostar retrospectivamente sobre el caso, yo apostaria a que, para la mayoría de los militantes montoneros, el efecto de la demostracion no habria sido el de alejarlos de la violencia, sino el de desprestigiar ante ellos al socialismo.
La conducta montonera, en este sentido, no se define por la eleccion de un medio “ malo” para alcanzar un fin “bueno”, sino por la idolatria del medio elegido26. Asumido como objeto de culto y como formula de autoidentificacion, la violencia queda atada a una logica que la descalifica como medio, a la vez que descalifica como “fin” del socialismo, que resulta convertido en mera coartada.
El culto de la violencia es inseparable del culto de la muerte. La segunda es la culminación consagratoria de la primera. Los valores inmanentes atribuidos a la violencia fructifican en la asignacion de valores absolutos a la muerte, en una macabra operacion axiologica que implica, a la vez, necesariamente, relativizar el valor de la vida.
Nada mejor que esta operacion para dejar en evidencia hasta que punto la idolatria del medio invalida al fin, hasta que punto la violencia revolucionaria, elegida como estilo y como criterio de autodefinicion revolucionaria, deforma, desvirtua y desnaturaliza el fin socialista que dice perseguir.
El socialismo es, por lo menos en su ideal “ estado puro”, la glorificacion de la vida, la afirmacion de la vida como portadora de valores propios y absolutos, el rechazo de toda relación humana -economica, politica, social, cultural- que asigne a determinadas vidas un valor de uso para otras, convirtiendolas, por via de esta asignacion, en objetos explotables, manipulables o suprimibles.
Bajo el culto de la violencia, y por imperio de su terrible logica, la vida es globalmente negada como portadora de valores intrinsecos y sometida a una operacion discriminatoria entre vidas rescatables y vidas desechables, vidas que valen y vidas que no valen.
Los montoneros ofrecieron en su momento el ejemplo mas acabado y horrible de la manera en que esta discriminacion operaba automatica y hasta inconscientemente como premisa de determinadas conductas.
Cuando la organizacion decidio en 1974 crear el Partido Autentico, se lanzo a la captura de firmas para cumplir con la legislacion argentina que fijaba como requisito para el reconocimiento legal de una agrupacion politica la presentacion de un numero minimo de afiliados en listas que incluían precisiones sobre domicilios, documentos de identidad y demas senas de cada adherente.
Este requisito no fue aceptado, por ejemplo, por el Partido Comunista argentino, una agrupacion a la que puede atribuirse cualquier defecto menos el de descuidar la seguridad de sus militantes. Levantada la proscripcion del PC bajo el regimen de Campora, en ningun momento se hizo efectiva la regularizacion legal del partido, por esta negativa suya a presentar listas de militantes ante la Justicia Electoral, una accion que a su juicio implicaba entregarlos a la policia.
Montoneros, por su trayectoria, tenia objetivamente muchas mas razones que el Partido Comunista para observar esta norma de seguridad en sus gestiones por dar vida al Partido Autentico.
Y de hecho las observo, pero no mediante una negativa a presentar listas de afiliados ante la Justicia
Electoral sino impartiendo a sus reclutadores de firmas la consigna de “ no reclutar militantes”.
Militantes de Montoneros o de sus colaterales, se entiende.
Aqui estaba operando claramente aquel automatismo discriminatorio entre vidas que valen y vidas que no valen, con la asuncion de la seguridad en terminos de privilegio que deja al margen de sus titulares una cosificada multitud de pobres diablos manipulatoriamente regalables a los programas operativos de las parapoliciales.
Mientras el colega de Paco Urondo me explicaba empenosamente los esfuerzos de Montoneros por cenirse a la accion legal y por consolidar el orden constitucional, centenares de jovenes reclutadores se valian de explicaciones similares para arrancar firmas a desechables boticarios, vendedores de cigarrillos, ordenanzas y amas de casa en procura de espacio juridico para el Partido Autentico.
Obtenidas ya ochenta mil firmas y entregada en paquete esta ignara muchedumbre a la Justicia Electoral, Montoneros se aparto 180 grados de aquellas explicaciones para lanzarse al asalto de la guarnicion militar de Formosa en una operacion que causo la muerte no solo de once militantes sino tambien de un numero bastante mas elevado de adherentes al Partido Autentico.
No es necesario decir que de los padrones del Partido Autentico emergio buena parte de los cadaveres arrojados a zanjones y baldios por la Triple A27, victimas de un asesinato en masa que solo a medias puede imputarse a esa organizacion para policial. La otra mitad del crimen pesa sobre Montoneros y sus aristocratizantes criterios de seguridad.


23

Los mismos automatismos discriminatorios delimitaban en Montoneros, y en todas las formas de violencia sacralizada, el concepto de enemigo. La violencia, vivida como autorrealizacion, necesita para su propio ejercicio que el genero humano incluya un margen mas o menos amplio de individualidades sacrificables.
Esta necesidad proyecta sobre la vida ajena calificaciones que condicionan su valor a factores que le son extrinsecos, pues si la vida valiera por si misma no incluiria ese margen de sacrificabilidad y la violencia sacralizada quedaria sin coartadas. Un militante de la Autonomia operaia italiana dijo cierta vez en una entrevista periodistica que el crimen politico se justificaba porque “ la vida humana no vale
por si sino por lo que se hace con ella”.
La vida humana queda sujeta asi a un valor no inmanente sino derivado, dependiente de su asociacion con determinadas ideas, determinadas practicas, una determinada manera de ser. El derecho a la supervivencia emana de una serie de atribuciones consagratorias cuya ausencia legitima expediciones de exterminio.
Si soy un cultor de este tipo de violencia, intrinsecamente fascista, mas alla de sus excusas ideologicas, mi calificacion de una individualidad como enemiga es una operacion en la que el factor calificante no residen en los contenidos de esa individualidad, sino en mi previa necesidad de tener enemigos. Mi violencia se relaciona con el enemigo como el hambre con el alimento. Una perdiz no es intrinsecamente un alimento cuya condicion de tal me estimule a sentir en su presencia un hambre que
de otro modo no sentiria. Mi hambre es anterior a la comestibilidad de la perdiz, como mi violencia es
anterior a la enemistad del enemigo. Es mi hambre lo que califica extrinsecamente a la perdiz como comestible y me lleva a devorarla. Mi hambre no es una respuesta a la comestibilidad de la perdiz, sino
que la comestibilidad de la perdiz es una respuesta mi hambre.
Asi como el hambre necesita delimitar en el mundo un ambito permanente de comestibilidad, la violencia sacralizada necesita delimitar en el genero humano un ambito permanente de enemistad, que es anterior a las identidades y calidades de los individuos elegidos para llenarlo. A esta calificacion
primordial y abstracta del enemigo, derivada de mi necesidad de tenerlo, se sobreagregan, a manera de coartadas, calificaciones a menudo caprichosas, desproporcionadas o en todo caso pretextuosas, que asientan la enemistad en reales o supuestas connotaciones objetivas de las individualidades concretas identificadas como enemigas.
En medio de la oleada terrorista que azotaba a Italia en la decada de los anos '70, un adolescente romano fue asesinado porque llevaba zapatos en punta, moda que se consideraba identificatoria de los fascistas. Seria superfluo subrayar toda la carga de gascismo que contenia este crimen, cometido normalmente desde la “ izquierda”. Es este un caso en el que la absoluta irrelevancia de la coartada ideologica deja en descubierto la naturaleza de la violencia ejercitada.
Este mismo trasfondo estimativo era advertible detras de ciertas evaluaciones y expresiones de deseos que componian los tics discursivos de los millares de adolescentes agrupados en los primeros anos '70 alrededor de Montoneros, la frecuencia y desenvoltura con que se los oia dictaminar: “ ! A ese hay que bajarlo!”, o con que festejaban la buena nueva de que alguien hubiera sido “bajado”. Montoneros habia normalizado y automatizado en sus seguidores esta manera de pensar, este estado de disponibilidad mental permanente para el crimen politico.
Un militante de la Juventud Trabajadora Peronista, tras escuchar por television un comentario de Bernardo Neustadt 28que le habia parecido abominable me dijo en algun momento de 1975: “ Ese tipo es un hijo de puta, un trepador, un oportunista. !Ojala los companeros lo maten, porque es un enemigo!”.
Hay, seguramente, dos o tres millones de argentinos que comparten las atribuciones aducidas aqui para identificar a Nuestadt como “enemigo”, como blanco elegible para el exterminio. No creo que hubiera mayores diferencias entre la estimativa implicita en esta condena de muerte, potencialmente
extensible a magnitudes de genocidio, y la concepcion nazi que limitaba a un circulo selecto de seres superiores el derecho a la supervivencia, reservando para el resto de la humanidad un destino de instrumentacion o de muerte.
La violencia sacralizada, aunque invoque al socialismo como fin, practica por imperio de su propia naturaleza esta division especificamente fascista del genero humano en insiders y outsiders del derecho a la vida. Una division que acaba por modelar estructuras discriminatorias y opresivas en el seno del propio movimiento que la practica y que inevitablemente habria modelado estructuras discriminatorias y opresivas en el Estado que pudiera haber surgido de su eventual triunfo. No es imposible que un grupo socialista contaminado de violencia logre destruir autocriticamente este componente, rescatando por esa via sus propios contenidos socialistas. Pero puede ocurrir tambien que estos contenidos se escleroticen hasta desaparecer por el desarrollo de aquel componente de violencia. Hubo algo de este segundo proceso en el desarrollo del fascismo historico. Y me parece claro que algo de esto estaba ocurriendo con Montoneros.
Las sucesivas oleadas de deserciones y disenso que devastaron a Montoneros en el exilio a partir de 1978 fueron en cierta medida , a la luz de testimonios recogidos de muchos disidentes, respuestas a la creciente patentizacion de aquella ultima ratio fascista que prevalecia en la conducción y en la conducta del grupo por via de su adiccion viciosa e irreductible a la violencia.
Las gesticulaciones militares producidas en el vacio por un remoto estado mayor que desde bunkers centroamericanos ordenaba a ejercitos inexistentes una contraofensiva de aniquilamiento en la Argentina, mientras el comandante en jefe del grupo diseminaba en fotografia su propia imagen con casco y atuendo de guerra sobre tropicales trasfondos nicaraguenses, componian hacia fines de 1979
un clasico cuadro de demencia que evocaba los dias finales de Hitler en Berchtesgaden.
Este cuadro precipitaba deserciones con solo dejar a la vista sustratos ideologicos que no eran tan visibles tras los multitudinarios clamores de 1973 por una “ Patria Socialista”, pero que ya entonces estaban alli, inspirando las conclusiones no tan desencaminadas, despues de todo, de mi amigo el periodista ingles.
Tales sustratos no surgieron por generacion espontanea. Germinaron en un peculiar humus historico en el que se entrecruzaban corrientes y culturas politicas distintas, a veces hasta de apariencia contradictoria.
De ese humus formaba parte, por ejemplo, la revolucion cubana. Y la verdad es que, al margen de las exaltaciones retoricas de izquierda y las execraciones igualmente retoricas de derecha, poco o nada se ha hecho hasta ahora por precisar objetivamente el papel del cubanismo, con todas sus connotaciones politicas, ideologicas y culturales, en el curso tragico que siguio buena parte de la historia latinoamericana durante el veintenio 1960/1980, y que tuvo en Montoneros una de sus manifestaciones mas arquetipicas.


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Siempre me llamo la atencion el hecho de que casi toda la izquierda tradicional lationamericana, mientras desplegaba ostensibles esfuerzos por disociarse en la practica del extremismo revolucionario, encaraba con infinitas vacilaciones y muestras de timidez la critica teorica de la accion desarrollada por Montoneros y otros grupos afines.
En la Argentina, por lo menos, la critica del montonerismo desde la izquierda se detenia casi siempre en el nivel del mero repudio declamatorio, a veces dificil de distinguir de la retorica condenatoria de la derecha. Nada habia en esa postura critica que se acercara siquiera a la profundidad teorica de la larga polemica desarrollada en su hora por Lenin contra el extremismo esserista ruso.
Creo que entre las razones de esta superficialidad en el tratamiento critico del tema montonero figuraba de un modo prominente la imposibilidad de intentar una critica en profundidad del extremismo revolucionario sin tropezar por el camino con la revolucion cubana, una vaca sagrada que la izquierda latinoamericana en general se sentia reverencialmente inhibida de tomar por las astas.
Y, sin embargo, la superacion critica del extremismo revolucionario desde la izquierda solo será posible a partir de una consigna de absoluta claridad en la comprension del fenomeno y en la caracterizacion de cada uno de sus componentes. A esta claridad no podra accederse mas que al precio de desatar de una buena vez el temido nudo teorico de la revolucion cubana.


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El primer pecado al que estan expuestas todas la revoluciones triunfantes es el de la soberbia.
Algunos han tratado de resistirlo, casi nunca con exito, pero evidenciando por lo menos en algún momento de su trayectoria cierta conciencia del problema. Otras se han abandonado a ella, voluptuosamente y sin reservas. La revolucion cubana figura, por antonomasia, entre estas ultimas.
La soberbia revolucionaria se desarrolla en dos momentos criticos. El primero es el de la autoglorificacion, que produce en la revolucion triunfante una version deformada de su propia genesis
historica a fuerza de depurarla de los componentes impuros , cuestionables o poco decorosos que todo proceso revolucionario incluye. El segundo es el de la postulacion de la propia imagen, ya mistificada y adulterada por la autoglorificacion, como modelo universal.
A Lenin se le pueden objetar muchas cosas, pero no la de haber caido en esta vanidad. El tuvo conciencia en su momento del peligro que podia representar para la suerte de otros procesos revolucionarios la adopcion universal del modelo ruso. De hecho, sus ultimos anos lo muestran casi obseso por prevenir a los comunistas europeos contra la tentacion de ver en la toma insurreccional del
Palacio de Invierno – producto de excepcionales e irrepetibles circunstancias historicas- un camino obligado e insoslayable.
El castrismo no nacio dotado de esta sabiduria, y, una vez tomado el poder, se dedico a reelaborar su trayectoria hacia el en una grandilocuente reconstruccion historica que margino del proceso todo factor extrano a la epica guerrillera, y cuyo resultado fue el de impedir una conciencia objetiva de los hechos que condujeron al derrocamiento de Batista.
Para cualquier adolescente cubano de nuestros dias, cuyo conocimiento de la revolucion que lo ha formado no tiene otra fuente que la incontrastada historiografia oficial, puede resultar increible el dato de que, en la Argentina de los ultimos anos '50, la primera propuesta de enviar armas a esos valientes jovenes que se batian en la Sierra Maestra contra la dictadura de Batista no provino de grupo alguno que pudiera calificarse de revolucionario, izquierdista o siquiera popular, sino del almirante Isaac Rojas, un conservador considerado arquetipico del “gorilismo”.
La de Rojas, por otra parte, no fue una iniciativa individual, aislada y excentrica, sino una actitud representativa del estado de animo con que la lucha de Castro y sus guerrilleros contra el regimen de Batista era seguida, con matices en mas o matices en menos, por todo el orden constituido del hemisferio, incluido el Departamento de Estado norteamericano.
La historia de aquellos dias no registra un solo paso efectivo de los Estados Unidos encaminado a frenar, entorpecer o impedir la marcha de Castro hacia La Habana. No entraron en escena los marines, como habrian de hacerlo pocos anos despues en la Republica Dominicana, ni hubo intervenciones indirectas, como la de 1954 en Guatemala. Fueron muchas, en cambio, las senales de la benevolencia con que la administracion de Dwight Eisenhower encaraba el apoyo abierto ofrecido a los revolucionarios cubanos por gobiernos amigos o tolerados, como el venezolano de Betancourt o el costarricense de Figueres.
La naciente revolucion cubana, lejos de ser visualizada en esos dias como incubadora de un rabiosos estado socialista, aparecia inscrita mas bien en la moderada estrategia de la Legion del Caribe, un movimiento que muchos consideraban inspirado secretamente por Washington y que agrupaba a las fuerzas democraticas en lucha contra las dictaduras del area.
Es notoria la trayectoria pendular que ha seguido siempre la politica hemisferica de los Estados Unidos. Desde los anos '30, por lo menos, la defensa de los intereses norteamericanos en la region se ha venido cifrando alternadamente en la instalacion de regimenes dictatoriales y en la promocion de controlables alternativas democraticas a las dictaduras para cuando estas se desgastaran .
La Legion del Caribe, aun al margen del acierto o del error de las especulaciones que le atribuian una relacion vicaria con el Departamento de Estado, calzo de hecho en este segundo momento de la politica hemisferica estadounidense. Y la insurreccion castrista surgida en el marco de la Letgion, con el aval de prestigiosos lideres legionarios, como Betancourt y Figueres, se vio amparada por una clara apuesta de Washington, a la posibilidad de ver convertido a Fidel Castro, con semejantes apoyos y acompanamientos, en un Betancourt cubano.
La propia configuracion interna del movimiento que sirvio de base al triunfo castrista reflejaba este enfoque internacional del proceso cubano, con hombres como Miro Cardona y Prio Socarras, entre los aliados de la guerrilla, mientras el Partido Socialista Popular ( comunista) se disociaba de lo que a su entender constituia una aventura “putchista” escenificada en la Sierra.
Sobre este telon de fondo, que incluia consentidos campos de entrenamiento en Mexico, consentidos centros de reclutamiento en los Estados Unidos, el activo apoyo de Venezuela y una favorable campana continental de prensa encabezada por el caluroso procastrismo del New York Times, es mas que legitimo preguntar si el ascenso de Castro al poder fue realmente una victoria exclusiva de la guerrilla.
Castro, en rigor, llego victoriosamente a la Habana con todo el establishment del hemisferio convertido en su retaguardia logistica. Y cuando se es catapultado hacia el poder a partir de una tan colosal base de apoyo, el detalle de que la caligrafia operativa elegida para materializar la toma del poder sea la guerrilla no puede considerarse el componente central del cuadro.
No es posible cuantificar porcentualmente el peso especifico de cada uno de los factores que confluyeron en el triunfo de la revolucion cubana y seria arbitrario, en consecuencia, asignar a la guerrilla el 15, el 20 o el 25 por ciento del total. Pero con ese total a la vista, la accion guerrillera queda
inevitablemente reducida a la dimension de un factor secundario en el contexto del proceso revolucionario cubano frente a la magnitud de los apoyos internos e internacionales que pavimentaron
el camino del castrismo al poder, incluida la autoinhibicion de la formidable capacidad represiva que pudieron haber desplegado – y que no desplegaron- los Estados Unidos.
Tras la toma del poder, sin embargo, la soberbia revolucionaria impuso su logica en la formacion de la autoconciencia castrista, rescatando solo aquel componente menor del proceso para convertirlo en factor unico y autosuficiente del triunfo revolucionario, y borrando de la historia todo aquel poderosisimo y decisivo conjunto de factores extranos a la guerrilla.
Un fenomeno historico terriblemente complejo, en el que una vasta alianza interna se articulo con un excepcional esquema de respaldos, avales y permisividades internacionales, fue reducido simplisticamente en su posterior reconstruccion oficial a una pura operacion militar, a una heroica y todopoderosa gesta guerrillera que absorbia en si misma todas las potencialidades, todas las causas eficientes, todos los agentes motores, aportados en realidad por los otros componentes ignorados del
proceso.
Semejante falsificacion de la propia historia solo fue posible a precio de insuflar en el concepto de accion revolucionaria un monstruoso voluntarismo. Al quedar excluidas de la autoconciencia castrista todas aquellas definitorias realidades extraguerrilleras que llevaban inscritas las condiciones y posibilidades objetivas de la revolucion cubana, ese universo de condiciones y posibilidades fue subrepticiamente transplantado del mundo exterior a la subjetividad del combatiente revolucionario, a
la voluntad omnimoda del guerrillero.
El voluntarismo castrista destilo de esta manera una ideologia aberrante que prescindia de lo externo, de lo dado, en una suerte de inmanentismo revolucionario que hacia de la revolucion un producto de la propia y voluntariosa subjetividad. Entre la guerrilla y sus metas, solo mediaba la portentosa voluntad guerrillera de alcanzarlas, sin abrir credito a la existencia de mediaciones externas, objetivas, historicas.
La revolucion, como hazana de la voluntad revolucionaria, aparece generando su spropias posibilidades en vez de recogerlas del mundo exterior. En este sentido, la revolucion se vive a si misma como acto puro, y, como tal , ahistorico. Dotado de una factibilidad inmanente y no tributaria de contexto historico alguno, la revolucion termina por ser posible siempre y en cualquier parte, a condicion de que haya una voluntad revolucionaria capaz de desearla. Es posible en la Cuba de Batista y en la Venezuela de Betancourt, en la Bolivia de Barrientos y en la Argentina de Illia, bajo el regimen militar brasileno o en la “ Suiza de Sudamerica”.
Si un intento revolucionario se frustraba en cualquiera de estos escenarios, el fracaso era atribuible, no al peso de condiciones historicas determinadas, sino a fallas internas del combatiente revolucionario, a un deficit de combatividad, de heroismo, de conviccion. No era un problema de condiciones objetivas adversas sino de insuficiencias en la construccion de la personalidad revolucionaria.
Adscritas las posibilidades y condiciones de la revolucion a la voluntad del guerrillero, el ejercicio de esta voluntad no podia meno sde atribuirse a individualidades colosales. El desenfrenado sobredimensionamiento de la guerrilla como factor de la revolucion llevaba forzosamente implicita la
promocion del guerrillero a una naturaleza sobrehumana y selecta, discriminada de la humanidad corriente y moliente, la humanidad de la muchedumbre.
El Heroe, el Gran Combatiente -Ernesto “Che” Guevara- es el personaje que sobrelleva los principales acentos de la mitologia revolucionaria cubana y cubanista, una mitologia que subraya con mayor originalidad y conviccion el arquetipo del “Comandante” que el papel de la muchedumbre, pese a la abrumadora presencia de masas en torno del castrismo tras la toma del poder.
Mientras las referencias del folklore castrista a la masa son adaptaciones casi administrativas de la retorica masista del comunismo clasico, sus enfasis mas genuinos caen, por ejemplo, sobre los doce sobrevivientes del legendario desembarco rescatado por la historiografia oficial como punto de partida de la gesta revolucionaria cubana. ! Que imagen peligrosa la de esos doce heroes, ese punado de individualidades formidables que habria de cambiar la historia de Latinoamerica! 29
El organo oficial del Partido Comunista Cubano lleva un nombre que no incurre en la tematica de L'Unita italiano o de L'Humanite frances, denominaciones alusivas a multitudes. Fue bautizado Granma, en recuerdo y exaltacion de aquel vientre mitologico que pario sobre las playas de Cuba a esos doce semidioses.
La voluntad revolucionaria es como la fe cristiana, que permite mover montanas a quien realmente la tiene. Los titulares de esa fe, capaces de subvertir las leyes fisicas en la proeza del milagro, son tambien unas pocas individualidades superiores, figuras de santoral.
Los titulares de la voluntad revolucionaria comparten de alguna manera esta naturaleza sobrenatural, que les consiente desarrollar acciones no dependientes de condiciones objetivas, actos tan subversivos de la legalidad historica como puede serlo la fe de la legalidad fisica.
Hay aqui como entre el santo y la multitud que lo venera, una dicotomia entre el combatiente revolucionario y el hombre comun. La accion, entendida como una relacion dialectica entre un sujeto
que la desarrolla y un mundo objetivo que la posibilita, solo existe en el nivel del hombre comun, condenado a elegir entre posibilidades dadas, entre posibilidades delineadas por un mundo que lo rebasa. La accion revolucionaria, libre de estas dependencias, es absoluta e indiferente como tal a la solidez de lo externo. El guerrillero, sujeto del inmanentismo revolucionario, produce revoluciones como el santo produce milagros, en un quehacer vedado a la multitud.
Lenin advertia contra esta vanidosa anteposicion de la subjetividad revolucionaria al consistente y exigente mundo de los hechos, pasados y presentes, que la condicionan. “ Los hechos son testarudos”, decia. Para el voluntarismo revolucionario castrista, la unica testarudez que vale es la del guerrillero.


NOTAS
19 Son conocidos como “ villeros” en la Argentina los pobladores de las llamadas “ villas miseria”, barrios de viviendas precarias construidas en general por sus propios moradores en terrenos baldios o areas perifericas de las grandes ciudades. Las “ villas “ fueron, en su mayor parte, un producto del movimiento migratorio iniciado a fines de los anos '30 como consecuencia del proceso de industrializacion.

20 El elitismo militar de Firmenich lo llevo a extremar el vanguardismo leninista en terminos que llegaban incluso a establecer una discontinuidad organica entre el grupo dirigente y la masa. Mientras los partidos comunistas de extraccion leninista clasica se conciben a si mismos como partidos de masa. Firmenich temia que, con la inclusión de conductores y conducidos en un mismo encuadre organizativo, la cupula quedara expuesta a contiguidades y contaminaciones peligrosas.
“ Nosotros pensamos que le partido revolucionario no tiene que ser un partido de masas”, dijo Firmenich en una entrevista concedida desde el exilio a la revista Afrique-Asie. “ Cuando un partido revolucionario se esfuerza en convertirse en un partido de masas, de dos ocurre una: o bien hace pesar el rigor ideologico antes que la unidad politica de las masas, y en ese caso no sera un partido de masas, o bien diluye su ideologia para no dividir a las masas. Y entonces, aunque se haga llamar un partido sera de hecho un movimiento”. ( Afrique-Asie, 30 de octubre de 1978).

21 “ Apriete” sobresale en la jerigonza montonera como una de las expresiones mas reveladoras de los sobreentendidos exclusivistas, discriminatorios y aristocraticos que impregnaban las relaciones de la organización con el resto del genero humano.
En sintesis, “ apriete” era el nombre que se daba al acto de ejercer presion en forma intimidatoria, pero las circunstancias y modalidades de su utilizacion denotaban siempre la presencia de dos patrones de medida para evaluar a los miembros de la organizacion y a los extranos.
En su visualizacion de estos ultimos, aunque se tratara de amigos o de aliados, el montonero solo percibía deficiencias, debilidades, modos de ser propios de una humanidad subalterna. Montoneros y extranos eran humanidades separadas y en contraste. Entre ambas mediaba la oposicion que va del heroismo a la cobardia, de la fortaleza a la laxitud, de lo excelso a lo execrable., y sus relaciones reciprocas no podian menos de ajustarse a esta disparidad.
El extrano, el otro, siendo un cumulo de negatividades, solo podia ser estimulado en funcion de ellas a desarrollar determinadas conductas o a producir determinadas respuestas. Puesto que los otros eran por definicion mezquinos, debiles y cobardes, solo podian ser motivados a conceder favores, considerar propuestas de accion conjunta o concertar alianzas mediante una metodologia que operara sobre aquellos defectos. “ Apriete” era el nombre de esta metodologia.
Los montoneros, sobre todo tras el deterioro de sus relaciones con Peron, explicaban con frecuencia el asesinato de Rucci como un “ apriete” dirigido al anciano lider para inducirlo a negociar un nuevo trato con la organizacion.
Cuando un comando montonero mato a Mor Roig, los jovenes radicales que en la Coordinadora de juventudes mantenian aun su alianza con colaterales de los montoneros, exigieron a estos una explicacion del crimen. La que obtuvieron consistio en presentar la operacion como un “ apriete” destinado al lider radical Ricardo Balbin para predisponerlo a observar un comportamiento concesivo en una negociacion que el grupo armado planteaba emprender con el.
Recuerdo la reaccion de un dirigente montonero al enterarse en el exilio- donde vivia tan compartimentado como en la Argentina- de que el numero de su telefono habia sido descubierto casualmente por un extrano. Este, sin embargo, no era un desconocido para el exiliado, de quien habia sido inclusive bastante amigo en el pasado. Se trataba ademas de un hombre conocido por su generosidad, su lealtad, su buena disposicion para hacer favores.
Habia en el, pues, cualidades positivas a las cuales cabia razonablemente apelar para instarlo a no difundir el numero telefonico descubierto. Lo que hizo el dirigente montonero fue hacerle llegar por terceros un pedido de discrecion, con la advertencia de que podria resultarle peligroso abrir la boca.
Cualquier comportamiento que se pretendiera de un extrano solo podia obtenerse movilizando cualidades negativas, operando sobre debilidades, ruindades y cobardias. El “ apriete” definia este tipo de relacion.

22 Henry A. Kissinger, The necessity for choice, Harper and Row, Publishers, Inc. 1961

23 En el contexto de la vida politica argentina, agitada por constantes golpes, contragolpes y planteamientos militares la exposicion de Ongania en West Point pretendia fundamentar un riguroso profesionalismo castrense que llevaba implicita una condena de toda invasion militar de competencias que son propias del poder civil. Ocurria, sin embargo, que esta consigna de prescindencia militar en el orden de las tareas inmediatas de gobierno apuntaba en realidad a precisar la definicion del papel central que asignaba Ongania a los militares en la conduccion estratégica del pais. Un estudioso frances de la vida militar argentina presento este enfoque de la siguiente manera:
“ Se trataba, en realidad, de un profesionalismo muy atemperado, de un legalismo puramente condicional. El “ Comandante en jefe” ( no era necesario especificar de quien se hablaba, todo el mundo en la Argentina lo sabia preciso su pensamiento en un senalado discurso pronunciado en West Point en ocasion de realizarse la 5a. Conferencia de Ejercitos Americanos. Lo que a partir de entonces se llamo la “ doctrina Ongania no podia reducirse al simple respeto de la obediencia constitucional. Desde luego, las Fuerzas Armadas, son al decir del general “ apolitica, obedientes, no deliberantes y subordinadas a la autoridad legitima”. “ Brazo armado de la Constitucion”, no podian sustituirse a la voluntad popular. Pero al incluir entre sus objetivos, en el marco de la division suramericana del trabajo militar y de su proyeccion ideologica, “ preservar los valores morales y espirituales de la civilización occidental y cristiana”, el comandante en jefe argentino amplia considerablemente su funcion constitucional. El criticismo de las Fuerzas Armadas implica por consiguiente, que no podrian apoyar un gobierno cuya política contradijera sus misiones fundamentales, asi definidas. El discurso de West Point precisa que la obediencia debida cesa absolutamente “ si se produce al amparo de ideologias exoticas un desborde de autoridad que signifique la conculcacion de los principios basicos del sistema republicano de gobierno o un violento trastrocamiento del equilibrio e independencia de los poderes”. “ La ciega sumision al poder establecido ya no es admisible en tal caso”. ( Alan Rouquie, Poder militar y sociedad politica en la Argentina, Emece Editora S.A., 1982, segundo tomo, p. 231)

24 Las Fuerzas Armadas Revolucionarias ( FAR) se gestaron a fines de la decada del '60 en torno de un nucleo guerrillero de extrema izquierda formado inicialmente para engrosar las fuerzas de Ernesto Guevara en Bolivia, proyecto que se frustro por el temprano colpso de la insurreccion guevarista en ese pais.
Bajo la orientacion de Carlos Olmedo, las FAR hicieron su primera aparicion publica en la Argentina a mediados de 1970, ocupando durante algunas horas la localidad de Garin, en la provincia de Buenos Aires. Asumieron la responsabilidad de esta accion en un comunicado que constituyo al mismo tiempo el documento de presentacion del grupo, que todavia no se calificaba a si mismo de peronista.
El grupo asume el peronismo en documentos posteriores, y a tal titulo opera durante tres anos en estrecha alianza con Montoneros, una organizacion guerrillera de extraccion catolica que anuncio publicamente su propia existencia con el secuestro del general Aramburu, pocas semanas antes de la operacion de Garin. En contraste con la matriz marxista de las FAR, Montoneros extrajo buena parte de su mlitancia y de sus cuadros directivos de organizaciones politicas ultraderechistas.
En 1973, las FAR y los montoneros concluyeron un pacto de fusion que estipulaba, entre otras cosas, la desaparicion de la primera sigla. Las dos corrientes ahora unificadas sobrellevarian en adelante la denominacion de Montoneros.

25 Umberto Eco, Ma perche questa voglia di morte?, La Repubblica, 14 feb. 1981.

26 Giuseppe Fiori, en su biografia de Gramsci, utiliza la expresion “ idolatria del medio” para caracterizar el extremismo insurreccional de Amadeo Bordiga en los primeros tiempos del Partido Comunista de Italia ( Giuseppe Fiori, Vita di Antonio Gramsci, Laterza, 1977, p. 205)

27 Vid. Nota 1.

28 Bernardo Neustadt, conocido periodista argentino, director de la revista Extra y conductor de un programa televisivo
de comentarios sobre hechos de la vida politica del pais.