jueves, 22 de marzo de 2012

"Y FLORECERAN LAS CALAS…" por Darío Yancán

… otra vez, aunque este verano se negaron. Y se llenará el aire de risas, de ladridos, del viento entre la glicina. Volverá a sonar la lluvia sobre las chapas y se agitarán los álamos en la tormenta. Habrá otros pasos sobre la pinotea y otros niños llamarán a sus padres las noches de miedo o enfermedad. Y habrá gente feliz, luego conforme, luego indefectiblemente triste.
En algunos momentos, llegué a sentirme impune. En algunos momentos hice alarde de insensibilidad, pero gracias a la pérdida, me volví a sentir HOMBRE. Vivo, sanguíneo, sentimental, humano.
Cada objeto, cada ladrillo y cada terrón de esta tierra, mi tierra, se me despide a mi paso. El vidrio que rompieron para llevarse el ajuar de Renata, el dibujo de la habitación de Mateo, el ladrillo que me amputó la mano… Cada mueble movido, descubre pequeños objetos que el tiempo guardó entre pelusas y tierra y que me cuenta cosas.
Creí por muchos años que nada de esto me iba a suceder. Creí que la insensibilidad era buen refugio pero de ciertas culpas no hay forma de escapar.
Y volverán a florecer los azahares, volverá el tiempo del limón, las naranjas, las mandarinas, los pomelos. Y en el próximo noviembre, por sólo un mes, el comedor se pondrá lila con la glicina. Y la campanita blanca de la tía Alicia seguirá su imparable curso. Y el jazmín florecerá para navidad.
Y todo se sucederá cíclicamente con las estaciones, así como se sucederán los propietarios y los niños crecerán y mi grial irá rodando por este mundo.
Cómo rescatar los recuerdos? Como evitar que éstos estén ligados a un determinado sitio?.
Nunca había experimentado la pertenencia, ni siquiera en mi casa familiar. Nunca había sentido la honda la cuchilla de la decisión. Nunca me había sentido tan partido en dos. Feliz y destruido, vivo y muerto, humano y vegetal. Vivo en cada planta, en los materiales de estas paredes que van a ser entregadas… porque en ellas vive lo que fue la esperanza de una vida feliz y no supimos tenerla. Porque ellas dieron cobijo al nacimiento de mis hijos. Porque ellas son el cruel testimonio de uno de mis grandes fracasos que no deseo repetir.
Deseo que este holocausto no se en vano, que esta vida, a veces puta, a veces divina, se me haga amiga…
Perdón y gracias. Perdón hijos por no haber estado a la altura de un padre, de haberlos destapado en pleno invierno, por no haber estado el día en que pintaron su friso de pececitos, y de no haberles dado un beso cada noche. Perdón por no haber sido el hombre que esperabas. No tengo más.Gracias, amor, por el abrazo y por rescatarme…
En estos momentos desearía tener fe… pero antes debo abrazar a mis hijos.
Darío, 22 de marzo de 2012.-